A la postre, todo es cuestión de cerebro

feb 14, 2016
Carlos Belmonte

Para llegar a comprender objetivamente las capacidades y límites del aprendizaje humano, es necesario conocer mejor, en términos científicos precisos, cómo tienen lugar los procesos cerebrales que lo sustentan. La investigación del cerebro está dirigida a desentrañar la organización íntima de las funciones neurales que determinan la conducta humana y busca dilucidar los mecanismos neuronales que subyacen a la detección continua de los cambios del mundo exterior y del propio medio interno, el almacenamiento y la recuperación de esa información y el procesamiento de la misma a corto, medio y largo plazo, que conducen finalmente a experimentar sensaciones y emociones y a llevar a cabo una inacabable variedad de actividades motoras, vegetativas y mentales.

 

Explorar científicamente el cerebro es una labor formidable, si se tiene en cuenta que éste opera gracias al funcionamiento coordinado de más de ochenta y cinco mil millones de neuronas, conectadas entre sí por una media de mil uniones (sinapsis) que se forman y desaparecen de modo continuo en horas o minutos, lo que lleva hasta una cifra astronómica, a las probabilidades de interacción entre las diferentes neuronas. Los espectaculares avances de la investigación neurocientífica ocurridos en las últimas décadas, empiezan a permitir definir con precisión creciente, muchos de los circuitos que determinan las funciones cerebrales, incluyendo las más sofisticadas, como la memoria, la consciencia o el pensamiento abstracto. Aún estamos muy lejos de entender y eventualmente modificar o reparar la estructura y función de estos circuitos. Este objetivo empieza, sin embargo, a vislumbrarse ya como alcanzable, gracias al uso combinado de nuevas tecnologías moleculares y genéticas, la posibilidad de visualización, registro o estimulación individualizados y en grupo de las neuronas del cerebro intacto y el advenimiento de la neurociencia computacional, que permite manejar simultáneamente los billones de datos, producidos en cada instante por la actividad coordinada del conjunto de neuronas del cerebro.

Parece claro que la comprensión de los mecanismos genéticos y moleculares que rigen la formación de sinapsis entre neuronas y su consolidación o desaparición en el tiempo, es particularmente crítica para entender científicamente el proceso de aprendizaje. También está firmemente establecido que la maduración del cerebro, desde sus primeros estadios embrionarios hasta que alcanza su nivel adulto, al fin de la segunda década de vida en los humanos, pasa por ?periodos críticos?, que están muy definidos en la infancia y durante los cuales la información exterior que llega al cerebro resulta determinante para la consolidación o ausencia de conexiones nerviosas específicas, vinculadas a capacidades concretas, como el reconocimiento de sonidos o la respuesta afectiva. Cara a comprender científicamente el aprendizaje, necesitamos también cuantificar el curso temporal requerido por los circuitos nerviosos implicados, para que incorporen y almacenen de modo duradero la información aprendida, así como conocer los mecanismos neurales que subyacen a su recuperación en el momento adecuado y los que determinan el olvido. Del mismo modo, hay que desentrañar los mecanismos neurales de la atención y la emoción, que condicionan la importancia final atribuida a la información detectada y procesada por el cerebro.

El conocimiento científico del cerebro es esencial para avanzar cualitativamente en el campo educativo, ajustando el aprendizaje a las posibilidades reales del cerebro humano e idealmente, del de cada individuo, en función tanto de sus condicionantes genéticos como de las influencias ambientales a las que se haya visto sometido. Es muy posible que en pocas décadas, algunas de las técnicas y procedimientos utilizados hoy en la educación reglada de niños y adultos, se contemplen con la misma irónica benevolencia con la que ahora rememoramos las sangrías a las que los médicos de hace trescientos años sometían de modo sistemático e indiscriminado a sus pacientes para tratarles, tanto un edema pulmonar como una anemia.

Resulta imperativo que la comunidad educadora se implique a fondo, participe y en muchos aspectos, protagonice la investigación neurocientífica de los procesos del aprendizaje humano, especialmente durante la infancia, donde la plasticidad en la construcción del cerebro abre horizontes de esperanza a la posibilidad de ajustar el modo de aprender de cada individuo a las particularidades de sus mecanismos neurobiológicos y si es necesario, corregirlo a medida. Al fin y al cabo y como reza el título de este comentario, aprender depende, sólo del cerebro.

 

Carlos Belmonte

Catedrático de Fisiología Humana

Académico de la Real Academia de Ciencias

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