Cuándo empezamos a sentir, Begoña Ibarrola

nov 18, 2018
Begoña Ibarrola

Pensamos que los seres humanos somos seres racionales sin embargo en la construcción y el desarrollo de nuestro cerebro, se forma antes el sistema límbico, responsable de las emociones, que la corteza cerebral, responsable del pensamiento, por tanto, sentimos antes que pensamos.

Los nueve meses que pasamos en el útero de nuestra madre pueden ser aprovechados para generar un fuerte vínculo emocional con ella, conectarnos emocionalmente a través de la voz y de la música con el futuro bebé que genera respuestas emocionales a los estímulos que recibimos a partir del séptimo mes de embarazo. Por tanto, la educación emocional en la etapa prenatal puede ser muy beneficiosa para ambos.

El estudio de la sensorialidad fetal consiste en comprender en qué momento se establecen los distintos aportes anatómicos de las percepciones sensoriales y de qué manera éstas se van volviendo, progresivamente, funcionales. Los sentidos aparecen con una secuencia pre-ordenada: tacto (tacto manual o sensibilidad cutánea), olfato, gusto, equilibrio (aparato vestibular), audición y visión. El sistema auditivo está completo antes de nacer y por eso se puede hablar de audición fetal y de comunicación madre-hijo antes de nacer.

El feto escucha desde el 4° mes y medio la voz de la madre por conducción ósea. A través de la columna vertebral el sonido llega hasta la pelvis que se convierte en una enorme caja de resonancia. Esta escucha crea una gran estimulación psico-afectiva pues constituye la primera relación.

Al 7º mes, el sistema nervioso ha madurado hasta el punto de controlar la función respiratoria y la temperatura corporal. Comienza a mostrar signos de personalidad  y comportamiento intencional. Se mueve al ritmo de la música y ya muestra preferencias musicales.

Sabemos que las energías sonoro- musicales, pueden aportarle todos sus poderes, en estos nueve meses de travesía por el  “mar amniótico”, contribuyendo a su formación física en consonancia con cánones armónicos, y ayudando a su incipiente psiquismo a captar la melodía del afecto, alimento emocional tan  importante como el alimento físico que necesita para su desarrollo en esta etapa de su vida.

Por otro lado en la semana 22, el sistema límbico del feto está en pleno desarrollo. Así, las emociones primitivas del futuro bebé empiezan a surgir. Puede reír o llorar e, incluso, enfadarse y sentir asco y miedo dentro del útero. Estas son emociones iniciales van asociadas a cambios del estado de ánimo del feto, pero también reacciona a las emociones de la madre.

La educación emocional prenatal es una estrategia excepcional con la cual se puede favorecer la salud emocional de la madre, sin estrés, depresión o ansiedad. Al cuidar el mundo emocional de la madre, se cuida al bebé.

El Dr. Tomatis tuvo la gran intuición de descubrir la importancia de la vida intrauterina y de hablarnos de todos los matices de esta vida y, sobre todo, de la vida afectiva del feto. No solo puso las bases teóricas, sino que diseñó un método para estimular positivamente tanto a la madre como al hijo. Demostró que la estimulación prenatal construye saludables y amorosas relaciones entre padres e hijos.

El organismo de la madre, -entendido como una unidad psico-física, se constituye en el “ecosistema” del bebé, donde él es un ser independiente y a la vez perteneciente al organismo materno, estableciéndose entre ambos una interrelación funcional, lo que supone que el bebé es receptivo a las condiciones afectivas y fisiológicas de la madre.

Durante el embarazo la conexión madre–hijo no solamente es biológica,  sino también emocional. El bebé en el útero percibe y es inundado por las hormonas y neurotransmisores que genera su madre que pasan al líquido amniótico. De esta manera a través de esa comunicación química y a través del tono de voz y el latido del corazón de la madre, va “comprendiendo” sus diferentes estados emocionales y, en el último trimestre de la gestación, incluso reacciona a ellos.

La comunicación madre-bebé, la creación de un vinculo emocional, su comunicación  con el entorno  sonoro y con el “otro lado”, el mundo exterior, en definitiva, todo lo concerniente al bienestar fetal, son aspectos importantes a tener en cuenta ya que influyen profundamente en la vida del futuro bebé.

Vivette Glover, psicobióloga perinatal del Imperian College London, explica que existe una íntima y poderosa relación entre las emociones de la madre y la forma en que el feto crece en el útero. Una adecuada conexión emocional con el bebé favorece su desarrollo. La desconexión provoca alteraciones.

La angustia, la ansiedad o la depresión persistente vivida por la madre puede afectar el desarrollo emocional del bebé.   Cuando está estresada sus glándulas suprarrenales fabrican adrenalina y otras sustancias que le permiten hacer frente a esa situación. Estas hormonas inundan al feto, creando en él  un estado fisiológico correspondiente a esta emoción materna.  Cuando está alegre, feliz, y se siente bien, el cerebro segrega endorfinas y oxitocina, que van a comunicar al hijo la tranquilidad y la alegría de su madre.

 

Después del nacimiento y hasta los 3 años la educación emocional sigue su curso y podemos ayudar al desarrollo emocional saludable de cualquier niño o niña, potenciando su desarrollo armónico e integral.

Mucho antes de que el bebé pueda comunicarse verbalmente, puede expresarse mediante gestos y sonidos que revelan su estado de ánimo, reclaman atención, mantienen el contacto interpersonal, o avisan de la existencia de trastornos o desajustes. Se trata de una comunicación genéticamente programada que le va a permitir, entre otras funciones, adaptarse al mundo y aprender de él.

Los bebés tienen unas determinadas necesidades biológicas que el adulto debe cubrir, pero también son importantes sus necesidades emocionales que en esta primera etapa de vida se concretan en sentirse seguro y protegido, confiar en las personas que lo cuidan y sentirse amado. Estar en sintonía con él, conectarnos y comunicarnos de forma expresiva, verbal y no verbal servirá como impulso para el desarrollo del lenguaje. Por ello es importante mirarle, sonreírle, hablarle y que el adulto refleje en espejo lo que el bebé siente. En un principio casi solo mostrará sonrisa o llanto como respuesta a diferentes estímulos, sobre todo el llanto, y es el adulto el que debe comprender que emoción está detrás, que puede ser miedo, tristeza o rabia. Esa sintonía emocional permite que el bebé se sienta comprendido y atendido, por lo tanto hay diferentes pautas para educar las emociones en cada etapa de la vida.

 

El recién nacido tiene unas necesidades emocionales que se deben tener en cuenta:  

    • Seguridad y protección
    • “Amortiguarle” los estímulos ambientales
    • Respuestas adecuadas a los mensajes que emite
    • Ayudarle a establecer ritmos
    • Estimulación táctil, visual, auditiva y emocional
    • Contacto físico
    • Cuidados predecibles

 

Durante la conferencia de Begoña Ibarrola en Fundación Botín (Madrid)
Durante la conferencia de Begoña Ibarrola en Fundación Botín (Madrid)

Por eso después de sintonizar emocionalmente con el bebé, debemos respetar sus ritmos, permitirle e impulsar tanto la curiosidad y la exploración como la relajación y la calma. Su sistema parasimpático se activará cuando se siente seguro, apoyado por sus cuidadores, con ritmos predecibles que le ayudan a estructurar y a desarrollar patrones de comportamiento que le aportarán bienestar y equilibrio.

Los padres o cuidadores que responden a los bebés tranquilizándoles cuando lloran, les están enseñando dos lecciones importantes: en primer lugar que sus emociones negativas producen un efecto en las personas que les rodean y en segundo lugar que es posible tranquilizarse después de experimentar una emoción fuerte. A medida que el bebé crezca, aprenderá formas de tranquilizarse a sí mismo, lo que representa una parte importante de su bienestar emocional. 

Más tarde durante el primer año de vida las necesidades emocionales son las siguientes:

    • Seguridad y protección
    • Ajustar los cuidados a su sensibilidad y preferencias
    • Ser espejo de sus comunicaciones
    • Relacionarse con alegría y “gozarlo”
    • Buena sintonía emocional, ser sensible a sus necesidades emocionales
    •  “Esculpir” sus habilidades para que adquiera nuevas
    • Tranquilizarle, calmarle, servirle de figura de apego

Durante el segundo año las necesidades emocionales se concretan en:

    • Autonomía
    • Lucha de poder/individualidad
    • Respuesta a su ansiedad
    • Reflejar sus emociones, hablarle de ellas
    • Admirar y celebrar sus logros
    • Respeto por sus iniciativas y necesidades
    • Control externo, límites claros
    • Cooperar con otros
    • Elegir y tomar decisiones

 

El aprendizaje emocional aporta muchos beneficios para nuestros hijos o alumnos pues les ofrece recursos y estrategias para que construyan una visión de sí mismos y del mundo mucho más positiva, sepan enfrentarse a retos y a gestionar sus estados emocionales,  por tanto debemos aprovechar la etapa 0-3 años, primer ciclo de educación infantil, para sembrar las bases sobre las que se adquieran estas herramientas psicológicas.

Esta es la etapa de la máxima expresividad, de la expresión descontrolada y exagerada, de las emociones que duran segundos y cambian con rapidez, del encuentro afectivo entre personas donde es más importante sonreír que dar un discurso, donde es más importante jugar que escuchar una larga explicación.

Los niños en estas edades aprenden viviendo, relacionándose y manipulando el entorno, por eso el aula será un escenario muy importante donde se representen sus primeros dramas, donde los impulsos del corazón se muestren en toda su autenticidad.

Pero no podemos pensar que, por el mero hecho de crecer, los niños aprenden a manejar su mundo emocional. Es preciso educar su dimensión emocional, ofreciendo actividades y recursos que den respuesta y permitan llevar a la práctica de un modo sencillo, una verdadera educación de las emociones.

Podríamos resumir la educación emocional en el desarrollo de cuatro competencias: en primer lugar ayudarles a ser conscientes de sus emociones, a ponerles nombre, saber cómo se expresan y conocer qué las ha provocado; en segundo lugar  deben aprender a regular su expresión a gestionar sus emociones desarrollando su tolerancia a la frustración y la capacidad para entrar en calma; en tercer lugar cuidando y apoyando su proceso de autonomía emocional basado en una buena autoestima y sentimiento de capacidad para tomar decisiones y elegir. En cuarto lugar, ayudándole a incorporar a su mundo a otros niños, animándole a desarrollar su empatía y a compartir.

Casi todas las habilidades personales y sociales se aprenden en esta etapa, por eso si se atiende a su desarrollo emocional y se impulsa la educación emocional aprenderán a ser ellos mismos y a convivir en armonía con los demás, dos elementos fundamentales para una sociedad sana.

 

Begoña Ibarrola

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