Educar desde el corazón

sep 13, 2016
Xosé Manuel Domínguez Prieto

Todos recordamos, en lo profundo de nuestra memoria cordial, a aquel educador, profesor o maestro que dejó huella en nosotros. Pero esta impronta no se debía tanto a lo que decía como al modo en que se relacionaba con nosotros,  a la pasión con la que explicaba, a la impresión que nos causaba su persona o a la confianza que depositó en nosotros. Era su humanidad la que dejó huella en la nuestra, fue su corazón el que tocó el nuestro, el que hizo vibrar nuestras cuerdas con la longitud de onda de las suyas. Este profesor nos educó desde el corazón.

Y es que la persona capta la realidad no sólo desde la inteligencia. Nuestra captación de la realidad no es ‘fría’, no es aséptica ni indiferente: cada cosa, acción o situación que se presenta ante nosotros lo hace con un relieve determinado, como siendo más o menos importante para nosotros, más o menos deseable. Esa no-indiferencia con la que se hace presente lo que conozco es lo que hace patente los valores. Y los valores de las cosas se conocen desde el corazón. Quien nos mostró lo asombroso, apasionante o emocionante de una experiencia fue de quien realmente aprendimos. Y eso que aprendimos racio-cordialmente es lo que realmente ha quedado en nosotros.

¿Qué es educar desde el corazón? Para ensayar una respuesta, vamos a partir de dos preguntas previas que me gusta hacer a todo educador: ¿Realmente, que haces cuando educas? ¿Qué puedes ofrecer como educador que no pueda ofrecer Internet ni las nuevas tecnologías?

 

Primera cuestión: ¿Qué hago cuando educo?

Es muy conocida la historia en la que tres picapedreros se empleaban a fondo en la ardua tarea de cincelar unos enormes bloques de piedra. Un transeúnte que acertó a pasar por allí les preguntó: "¿Qué estáis haciendo?". Dijo el primero: "¿no lo ves? Picando piedra." Dijo el segundo: "Ganándome el sueldo". Dijo el tercero: "Construyendo una catedral". Los tres actuaban de una manera semejante en apariencia, pero era distinta la acción por el sentido de lo que les movía a cada uno. Y también sería disímil su entusiasmo, realización personal, satisfacción? Mutatis mutandis, todo educador, en algún momento de su propia actividad educativa, debiera preguntarse sobre lo que está haciendo cada día, cuál es su principal objetivo y motivación:

  1. ¿Ganarse la vida? Sin duda, no está mal como modus vivendi. Pero a cualquiera se le ocurren formas mucho mejores y menos agotadoras de ganársela.
  2. ¿Promocionar el éxito académico de los mejores alumnos? ¡Qué profesor no desea que sus alumnos estén preparados óptimamente para afrontar su futuro académico! ¿Pero es este el objetivo último de la profesión? Entonces tendríamos una docencia pragmática, en función de la 'cuenta de resultados'
  3. ¿Trasvasar datos a la siguiente generación? Es evidente que el profesor debe informar, de modo progresivo y pedagógico, de los principales contenidos de su materia. ¿Pero aquí se acaba su función? ¿Consiste su trabajo, básicamente, en 'dar el programa'? Si así fuere, estaríamos ante una docencia bancaria, esto es, de transmisión de datos al alumno de los que él fue previamente depositario -y así de 'degeneración en degeneración'
  4. ¿Utilización adecuada de tecnologías y técnicas? Si el docente fundamenta su tarea en la aplicación de las más variadas técnicas y tecnologías mediante el uso de los instrumentos más sofisticados, parece que la educación sería un proceso de aplicación de técnicas adecuadas, de procedimientos adecuados o de protocolos adecuados de actuación. Sin embargo, lo que le conviene a las personas, por ser personas, no son técnicas, pues la techné es lo que se aplica a las cosas para producirlas o para arreglarlas. Y la persona es justo lo que no es cosa.

Segunda cuestión: ¿Qué puedes ofrecer como profesor que jamás lo podrán  ofrecer ni las TIC's ni Internet?

  1. Mientras que en Internet todo aparece como obvio, desvelado, patente y todos los procesos susceptibles de tratamiento mecánico, el educador puede despertar la admiración, el asombro ante lo inesperado y maravilloso, enseñar al mirar algo como se miró la primera vez, la mirada del niño y del genio. El profesor puede presentar el bien, la verdad y la belleza, el misterio y la totalidad.
  2. Mientras que en Internet encuentras todas las respuestas, el profesor puede estimular la inteligencia y el corazón con las preguntas. La pregunta despierta la persona y la pone en camino hacia la hipótesis, la creatividad y la sabiduría.
  3. Mientras que en Internet todo contenido se ofrece como definitivo, de modo dogmático, incontestado, el educador enseña el análisis, la reflexión, la crítica y promociona la libertad intelectual.
  4. Mientras que internet permite la conectividad continua, siempre mediada, el educador permite y favorece el diálogo, el encuentro directo, personal y personalizante.
  5. Mientras que el internet y las tecnologías son el reino de los medios, el educador puede mostrar fines y horizontes de sentido que iluminan la vida.

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La educación como acontecimiento antropológico

Si el educador tiene el poder de entusiasmar, de descubrir lo asombroso de aquello que enseña, hacer preguntas, desarrollar un punto de vista crítico, dialogar y mostrar un horizonte de sentido es porque el profesor es persona, porque puede obrar desde un centro espiritual, desde el corazón. Por eso la educación consiste, sobre todo, en un Acontecimiento antropológico.

Mientras que un hecho es algo que ocurre, algo susceptible de ser cuantificado y conceptualizado, quedando como algo exterior, un acontecimiento es algo que me ocurre, algo que me afecta,  tocándome en lo profundo y transformando mi vida en mayor o menor medida.

La educación es un acontecimiento antropológico porque es algo que afecta a las personas en su relación con otras personas. En la educación, por tanto, es la persona el centro, nunca la técnica o el conocimiento, por importantes que sean. La clave de la educación es la persona, la promoción de la persona.

A este respecto, se repite siempre  -mecánica y acríticamente- que el objetivo de la educación es la 'promoción integral del alumno'. Y es cierto. Pero no est toda la verdad. Del mismo modo, e incluso con más intensidad, habría que afirmar que la educación también concierne a la promoción integral de la persona del profesor porque la educación es iluminación, es transmisión de corazón a corazón, como ocurre cuando vibra una cuerda que no he pulsado por simpatía con otra que vibra en la misma longitud de onda. Sólo si el educador crece, hace crecer. Sólo ilumino como educador si yo mismo estoy apasionado con aquello que transmito. Donde se juega la calidad de la educación es en la plenitud de la persona del profesor.

Y esto nos lleva a otra cuestión no menos importante: ¿quién es el profesor como persona?

Quién es el profesor como persona

Para sintetizar de modo sencillo alguno de los rasgos más nucleares que los filósofos personalistas han descrito como constitutivos de la persona [1], permítanme que utilice la parábola del lapicero.

Se cuenta que cuando el inventor del lapicero fabricó el primero, dio las siguientes instrucciones para su uso:

  • Conviene darse cuenta de que lo más valioso está dentro de él.
  • Tendrán que sacar punta eliminando lo que sobra según vaya transcurriendo su existencia.
  • Siempre irá de la mano de alguien. De lo contrario no funcionaría.
  • Si se cumple lo anterior, podrá dejar huella.

Del mismo modo, sabemos que lo más importante de la persona no es la nobleza de su familia, ni su cuenta corriente. Ni siquiera su puesto de trabajo, su currículum mortis o su éxito profesional. Lo más grande de la persona es su dimensión más profunda, su dimensión espiritual, gracias a la cual no es un 'qué', sino un 'quién'. Y lo que marca su grandeza es el sentido de su vida, los valores que va encontrando y realizando y el amor desde el que vive. Esto es lo que singulariza y personaliza su vida.

Al igual que el lapicero, la persona tiene que ir sacando lo que lleva dentro, es decir, debe ir madurando, debe ir creciendo hacia su plenitud. Esta es la tarea de cada persona.

Además, la persona no camina sola en el sendero de la vida, sino que es un ser comunitario, va 'de la mano' con otros. Vivir como persona es ser con otros, desde otros y para otros. Es, en primer lugar, convivencia. Pero nadie crece por sí mismo, sino apoyado en otros, es decir, desde otros. Finalmente, vivir es desvivirse por otros, es decir, vivir para otros.

Por último, si la persona sigue su propio sentido existencial, va madurando hacia su plenitud y vive comunitariamente, entonces, esa persona dejará huella, será creativa, se realizará y contribuirá a la construcción de la historia.

Pues bien: cuando un educador  vive la educación desde lo que lleva dentro, esto es, desde sus amores, sus esperanzas y sus convicciones más profundas, cuando crece haciendo lo que hace, cuando descubre la riqueza de vivir y desvivirse por los alumnos y siente que todo ello le alegra y le hace crecer, podemos decir que  ese profesor tiene vocación de educador. Quien descubre esta vocación descubre que el camino de su plenitud pasa por el acompañamiento e iluminación a sus alumnos. Quien vive desde la conciencia de su llamada educativa, educa desde lo profundo de sí, desde el corazón.

El Acontecimiento de la educación cordial ocurre en el encuentro

Según las creencias zoroástricas, cuando alguien muere, el alma del difunto anda rondando su propio cuerpo durante tres días. Al cuarto día, comparece a juicio sobre el ‘Puente de la Retribución’ o puente Chinvat, donde Rashn, el hacedor de justicia, pesa sus propias obras y decide su futuro en los cielos o en el infierno a la vista del tapiz que el difunto ha tejido con su propia vida y que simboliza su propia biografía. En una ocasión, un rey murió y llegó al ‘Puente de la Retribución’, situado entre el más acá y el más allá. Rashn le pidió que le enseñase el tapiz de su vida. El rey sacó el tapiz, espectacular y grandioso, y lo mostró a Rashn, manifestando su orgullo por la obra hecha. Al preguntarle Rashn si tenía que agradecer algo a alguien en la elaboración del tapiz, el rey dijo que de ninguna manera, que todo lo había confeccionado él, que se ‘había hecho a sí mismo con gran esfuerzo’, y que él solo había logrado levantar un imperio. En ese momento, comenzaron a aparecer en el puente de la Retribución otros espíritus que, sin mediar palabra, fueron retirando cada uno un hilo del tapiz del rey: el hilo de lo que le habían aportado en vida. Unos, educación; otros, sustento; otros, consejo; otros, esfuerzo; otros, en fin,  creatividad, ejemplo, el lenguaje, ….. Al cabo, el rey se quedó sólo con el bastidor en la mano, sin ningún hilo. Pero ni siquiera el bastidor del tapiz lo pudo conservar, pues Rashn se lo reclamó diciéndole que había de devolver lo que el Cielo le había dado al nacer. Sin hilos y sin bastidor, el rey ya no era nadie, no era nada. Y se disolvió en medio del puente.

 

El tejido de nuestra vida se construye con los hilos que otros nos han dado. Somos gracias a otros. Ser persona es ser con otros, pero también desde otros y para otros. La persona descubre (y experimenta desde sus primeros latidos), que todo crecimiento hacia su plenitud sólo ocurre en el encuentro con los otros. Y entre estos otros significativos con los que nos encontramos en la vida, los profesores constituyen unos de los más importantes.

Por el encuentro con otros, la persona puede realizarse como tal. Y es que las personas somos -más que seres sociales- seres comunitarios, es decir, seres que han de hacer su vida acogiendo y dándose a otros, siendo acogidos y siendo objetos de don.

Algunos de los más importantes hilos del tapiz de nuestros alumnos serán los que nosotros, como profesores, les proporcionemos. Pero depende de si estamos dispuestos a dárselos, depende de cómo les consideremos, de cómo nos acerquemos a ellos, de cuál sea nuestra mirada sobre ellos.

Nuestros alumnos no crecen ni se realizan solos. Junto con el dinamismo de crecimiento hacia la plenitud, está el de crecer con otros, el ser con otros. Esto responde al hecho de que la persona está abierta a sí misma, al mundo, a los demás y al Otro. La responsabilidad de tener que hacerse a sí mismo, como vimos, no se cierne sólo sobre sí, sino también sobre los otros con quienes vive. Y es que la relación interpersonal, el encuentro, es esencial en el proceso de personalización y, por ende, en el proceso educativo.

El acontecimiento central de la educación es el encuentro entre profesor y alumno [2]. Pero ¿qué entendemos por encuentro?

Un encuentro [3], en el sentido específico y concreto que aquí le queremos dar al término, consiste en una experiencia personal radical en la que se hace presente otra realidad personal que resulta significativa, de manera que, acogiéndola, se establece con ella una comunicación fecundante. El encuentro consiste, en cierta manera, en un diálogo integral de una persona con otra. Pero un diálogo que exige una apertura a lo imprevisible, a lo nuevo.

La conclusión es clara: Para transmitir mera información no hace falta la presencia. Pero para formar y educar, sí. El educador, en el encuentro, hace la propuesta de un ideal, de un sentido global, de valores que orienten la vida.

En el encuentro se crea una unidad, un ámbito de comunicación y de fecundidad, porque cada realidad personal oferta a las otras sus cualidades y riquezas.

La estructura del encuentro: el diálogo

El encuentro entre profesor y alumno ocurre por el diálogo. El diálogo consiste en una comunicación interpersonal en la que se expone una persona a otra. Lo que define el diálogo es que instaura o realiza una cierta forma de comunión. Nuestra inteligencia y nuestra afectividad nos remiten a los demás. Por eso nuestra razón y nuestra palabra (logos) se realizan necesariamente en el 'diá-logos', en el logos compartido. Crecemos en diálogo con los demás. Para que sea posible el diálogo, el profesor ha de ser capaz de:

  1. Salir de sí, de sus esquemas conceptuales previos sobre el alumno y sobre el tema del cual dialogan.
  2. Ponerse en el punto de vista del alumno.
  3. Ponerse a la escucha del alumno. Escuchar al alumno significa dejarme ser interpelado por él y demorarme en él.
  4. Responder al alumno, tomándolo sobre sí.
  5. Acompañarle en su apertura a la realidad. Acompañar es poner los propios sonidos al servicio de la melodía del alumno, de su desarrollo integral. Acompañar es apoyar, posibilitar, impulsar, mostrar un sentido.

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Educar desde el corazón

Quien vive la educación como acontecimiento de encuentro y acompañamiento, como aventura en la que creciendo hago crecer, es porque educa desde el corazón. ¿Cuáles son los principios de una educación así [4]?

a. Dar primacía a la persona sobre los medios, los conocimientos , las técnicas y los procesos. Para ello, el educador:

  • Acoge, acepta, comprende, afirma, bendice la persona del alumno.
  • Se dona a él. La mejor pedagogía, el profesor. Lo mejor que podemos entregar a nuestros alumnos es un educador de alto voltaje.

b. La acción educativa nace de la sobreabundancia de silencio.

  • Silencio: consiste en hacer espacio interior, en escuchar. Escuchando y atendiendo, nos abrimos al otro, al alumno, le dejamos ser en nosotros.
  • El silencio supone vivir el aquí y ahora, aceptando la realidad, siendo hospitalario, sabiendo que el tesoro para mí son aquellos con quienes estoy y allí donde estoy.
  • El silencio lleva al educador a saber retirarse, a ser un anacoreta: se retira al silencio para recuperar la conciencia de su vocación. Esto impide caer en la mecanización, en la vorágine de evaluaciones, exámenes, estándares?

c. La educación está orientada al testimonio, no al éxito. El profesor es lo que transmite. Profesor empresario y agricultor.

d. Inteligente emocionalmente. Por ello, vive con humor, es amable, crea un buen clima emocional que favorece la educación y el encuentro con el alumno.

e. Esperanzado, positivo: siempre espera lo mejor porque cada persona es un misterio y nosotros estamos abiertos al misterio, sin poder etiquetarles jamás. Nuestra vida es un haz de luz que aspira a despertar la luz de otro para que nuestro mundo sea un poco más luminoso.

 

Bibliografía

  • Domínguez Prieto, X.M: Valores éticos. Instituto da Familia. Fundación de Amigos de la Barrera. Ourense, 2015
  • Domínguez Prieto, X.M: Psicología de la persona. Ed. Palabra, Madrid, 2012.
  • Domínguez Prieto, X.M: Psicología de la persona. Ed. Palabra, Madrid, 2012.
  • Domínguez Prieto, X.M: Llamada y proyecto de vida. PPC, Madrid, 2007.
  • Domínguez Prieto, X.M: Eres luz. La alegría de ser persona. Editorial San Pablo, Madrid, 2005 (4º reedición).
  • Domínguez Prieto, X.M: Para ser persona.  Ed. Mounier, Madrid 2002 (14ª edición).
  • [1] Cfr. Domínguez Prieto, X.M. Psicología de la persona.  Ed. Palabra, Madrid, 2011; Para ser persona. Fundación Mounier, Madrid, 2005.
  • [2] Cfr. Buber, M: 'Sobre la educación del carácter' en El camino del ser humano. Fundación Mounier, Madrid, 2004, p.41.
  • [3] Cfr. Buber, Martin: Yo y tú. Caparrós, Colección Esprit, Madrid, 1993, p.17.
  • [4] Cfr. Mounier, E.: Revolución personalista y comunitaria. Obras I. Sígueme, Salamanca, 1992, p. 184.

 

Xosé Manuel Domínguez Prieto

Doctor en Filosofía por la UCM y Director del Instituto de la Familia de Ourense

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