El acompañamiento educativo, con Sonia González
Enseñar, educar, acompañar.
La transformación digital y la denominada cuarta revolución industrial suponen un desafío metodológico, pedagógico y, sin duda, relacional para los educadores. Estamos llamados a afrontar los nuevos retos que presenta esta sociedad cada vez más compleja y sofisticada. Klaus Schwab llega a afirmar que esta revolución "modificará fundamentalmente la forma en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos"[1]. Incluso transformará nuestra manera de ser humanos.
Los docentes lo vivimos en primera persona: nuevas herramientas metodológicas, nuevas competencias a desarrollar, nuevos contextos educativos, nuevos espacios de aprendizajes… Las palabras nuevo y cambio nos persiguen y, en algunos casos, hasta nos hacen perder pie. Vértigo, ansiedad, no saber ya ni dónde estamos ni por qué o para qué estamos dando clase. Posiblemente nos encontramos ante una emergencia educativa sin precedentes que supone un desafío que no podemos -ni debemos- afrontar solos.
En un contexto de transformación como el actual, no sólo es importante sino imprescindible volver a preguntarnos a fondo por el papel de la educación hoy; plantearnos, con responsabilidad, sobre el sentido y alcance de nuestra misión, y sobre las condiciones que necesitamos para desplegarla. Hasta llegar a la cuestión más desafiante: qué me toca a mí poner en juego en este proceso de transformación y cambio, en qué y cómo transformarme yo.
De un docente se espera que enseñe una determinada asignatura o materia. Con razón nos llaman a veces ‘enseñantes’. Enseñanza sería, en este sentido, un sinónimo de ‘instrucción’. Si reducimos la docencia a esta sola dimensión, no sería impensable que Google o cualquier otro buscador de última generación pudieran hacer esta labor mejor que el más excelente de los profesores -si no la están haciendo ya…-
Pero nuestra propia experiencia nos dice que la transmisión de conocimientos es insuficiente para hablar con propiedad de la misión de educar. La educación, como comprende Spaemann, es enseñar a vivir[2]. Esta es la asignatura más importante que todos estamos llamados a cursar y a aprobar. Un docente educa no solo cuando enseña a sus alumnos su materia, sino a crecer como persona, transmitiéndoles valores, actitudes, virtudes...
Y podemos ir más allá: un maestro llega a desplegar en plenitud su labor cuando acompaña, guía y camina junto a sus estudiantes, se pone en juego con ellos, aprende de ellos. La educación se convierte en un campo de juego de crecimiento mutuo, donde alumnos y profesores recorren, juntos, un camino hacia su maduración personal. Lo que no podrá sustituir la tecnología y permanecerá en esta vorágine de cambios es la relación del profesor con el alumno, esa es la condición adecuada para llevar a buen puerto la educación. No basta con saber qué son las cosas o qué significan valores como la sinceridad o el respeto, hay que experimentarlos en primera persona, y en relación con otras personas.
Esta dimensión relacional de la persona es propia de la naturaleza humana, viene de serie, pero el contexto en el que hoy hemos de educar en ella es nuevo. Los medios digitales han multiplicado enormemente nuestras posibilidades de relacionarnos y comunicarnos, aunque también podrían tener el efecto de alejarnos imperceptiblemente del otro. Educar a los niños y jóvenes para generar vínculos de forma auténtica y profunda, sea en el contexto de una presencialidad física o de una presencialidad virtual, es otro de los grandes desafíos del docente hoy. Quizás ahora más que nunca, es clave explicitar la necesidad que tiene el ser humano de ser acompañado.
Qué es y qué implica el acompañamiento educativo
La experiencia de ser acompañados nos remite a las palabras guía, camino, escucha, empatía, acogida, estar con, incondicionalidad, compartir, meta. Sin embargo, cuando nos hemos sentido solos o no acompañados surgen expresiones como dirigir, agobiar, imponer, abandonar, desconfiar, juzgar. De alguna manera, y sin necesidad de hacer grandes tesis doctorales, todos podemos intuir la naturaleza del verdadero acompañamiento.
Etimológicamente acompañar proviene de cum-panis, compartir el mismo pan. Significa poner en juego ambas vidas, con sus diferentes grados de experiencia, para poder llegar a un aprendizaje mutuo. Efectivamente, acompañar guarda una relación semántica con la palabra camino, pues no es otra cosa que caminar junto a otro. El ser humano es un homo viator, el único ser que viaja, «y que sólo cuando está en camino es verdaderamente hombre»[3]. Somos esencialmente dinámicos, en crecimiento durante toda nuestra vida, tensionados entre lo que somos y lo que estamos llamados a ser.
Es cierto que no tenemos trazada una ruta inequívoca, sino que más bien llevamos inscritos anhelos, preguntas -quién soy yo, qué espero de la vida, dónde buscar mi plenitud, cómo amar y sufrir- que nos movilizan y nos convierten también en homo quaerens, alguien que desea respuestas. Fue Frankl quien acuñó la expresión tan sugerente de voluntad de sentido[4]: aquella que impulsa al hombre a la búsqueda de razones para vivir. No se puede vivir en la conciencia del no-sentido absoluto.
En esta tarea nadie puede ser sustituido, pero necesitamos ser acompañados. “Paradójicamente sólo yo, pero no yo solo puedo pasar a la acción después de haber tomado una decisión personal, y es ahí, donde el otro se nos desvela como alguien necesario, para poder sostener esa decisión en la acción y en el tiempo”[5]. Educar tiene una doble etimología: educere, que significa extraer todo lo que ya hay en la persona, sacar a la luz. Por otro, educare significa nutrir, alimentar, para que el otro pueda crecer. Ambas miradas nos llevan al núcleo de nuestra labor educativa: que el alumno sea aquél que está llamado a ser. Educar se convierte en sinónimo de acompañar, guiar e impulsar a la persona en su camino personal de crecimiento como hombre o mujer, para alcanzar su plenitud vocacional. De forma sintética y magistral, queda recogido el sentido del acompañamiento y su finalidad última: que la persona descubra y alcance por sí misma aquello para lo que ha sido llamado.
Claves para sentirse acompañado
Desde este marco, el acompañamiento es una respuesta adecuada a la persona y a su desarrollo integral, ajustada a su naturaleza. Encaja como un guante a su manera de ser y estar en el mundo. Podríamos decir que estamos hechos para acompañar y ser acompañados.
Es cierto que en el campo de la reflexión es relativamente fácil definir el acompañamiento. No tanto en el campo de la acción concreta, hacer la experiencia de sentirse acompañado en nuestro día a día. Hay tres claves que nos ayudan a ello:
- Que me conozcan: sí, algo tan sencillo como que sepan mi nombre, de dónde vengo, qué me gusta o me disgusta. En algunos centros educativos he escuchado “es que esos chicos son transparentes, porque no sacan buenas notas, o no son buenos deportistas o porque no hablan demasiado en clase… el caso es que nadie los ve” ¡No se sienten mirados ni escuchados! Es muy difícil, si no imposible, poder generar vínculos verdaderos con aquellos que no conocemos, o con los que no se sienten conocidos.
- Que me re-conozcan: sí, reconocer a alguien es una manera de decirle que te valoro, que no eres uno más del montón, que te estoy viendo, mirando… Aunque sea algo tan sencillo como decirte, ¡qué bien que no has hecho ruido al entrar a clase!, gracias por ayudar a tu compañero con esta duda, me alegra que te hayas esforzado en presentar tu trabajo, me ha ayudado mucho tu comentario o tu pregunta… Es como llevar una “Polaroid Instantánea” capaz de captar esos momentos valiosos que pueden marcar la diferencia en una clase, en una reunión. ¿Y qué pasa cuando vas reconociendo las cosas valiosas de tus alumnos, de tus aulas, de tus compañeros? A mí los reconocimientos me hacen sonreír, por dentro y por fuera, me sale decir GRACIAS, y me siento querida. ¿Sabes que la gratitud es el motor y la motivación más potente que existe? La mejor aliada para motivar, apreciar y reconocer a tus alumnos es tu mirada. Ya tienes activado, además, el dinamismo emocional.
- Que viva libremente en “modo encuentro”: Cuando hay encuentro estás a gusto en clase, hay un ambiente de confianza, alumno y profesor pueden discutir apasionadamente sobre los temas… esos encuentros generan ganas de seguir dándolo todo, te dan energía de la buena. Pero, ¿cuál es la clave para que esto ocurra? ¿La clase que te toque? ¿La afinidad con tu claustro? ¿El tipo de centro? Todo ello condiciona, sin duda… pero depende más de nosotros de lo que imaginamos. Nosotros podemos elegir en qué actitud estar: “actitud de encuentro”, abierta y confiada, desde el reconocimiento y la gratitud, desde la colaboración, que se percibe fácilmente en ti, casi se puede tocar en tu mirada, en tus gestos, ¡hasta en tu posición corporal!; actitud de desencuentro, de queja, sospecha, crítica, indiferencia.... Somos libres de elegir estar en uno u otro modo. Recuerda que de la manera en la que mañana abras la puerta de clase y les dirijas las primeras palabras dependerá radicalmente la posibilidad de que suceda algo valioso entre vosotros…Activar dentro de ti esa actitud, el modo encuentro, te permitirá ser más consciente de tu impacto real en tus alumnos, en tus compañeros… en ti mismo.
Estas claves tan sencillas y tan poderosas pueden cambiar el día. Transforman la manera de mirar a los demás, a mis alumnos, a mis compañeros…¡a mí misma! Me activa por dentro y me da una energía muy positiva. Me permite ser consciente de que estoy acompañando y al mismo tiempo, me siento acompañada.
Enseñar, educar, acompañar: estamos llamados a ampliar nuestro campo de juego educativo en el que podamos ser y crecer, verdaderamente.
Y en esta línea, trabajamos desde el Programa Especialista en Educación Emocional, Social y de la Creatividad para la Transformación Educativa. Un programa formativa te animamos a ser tú el cambio que quieres ver en tus alumnos.
[1] Schwab, Klaus. La cuarta revolución industrial, Debate, Madrid 2016
[2] Cf. Spaemann, Robert, “Educación para la realidad. Discurso con motivo del aniversario de un hospicio”, en Límites, Eiunsa, Madrid 2003
[3] Bueno, Gustavo. 2000. «Homo viator. El viaje y el camino, 2000». En Caminos Reales de Asturias, de Pedro Pisa, 15-47. Oviedo: Pentalfa.
[4] Frankl, Viktor. 2004. El hombre en busca de sentido. Traducido por José Benigno Freire. Barcelona: Herder, pág 74
[5] Calle Maldonado, Carmen de la, Cecilia Castañera Ribé, y Pilar Giménez Armentia. 2020. «La incomunicabilidad del misterio del sufrimiento». Comunicación y Hombre no 16: 303-15, pág. 313.
Sonia González Iglesias
Codirectora Programa Especialista en EESC para la Transformación Educativa
Universidad Francisco de Vitoria