El compartir social de las emociones. Regulación emocional

may 14, 2016
Bernard Rimé

 

En una intersección urbana, un coche golpeó a dos jóvenes que iban en moto. Ambas víctimas, gravemente heridas, quedaron tendidas en el suelo. En un minuto, eran tantas las personas agolpadas en torno a ellas, que la ambulancia tuvo que detenerse a cierta distancia y los médicos tuvieron que abrirse paso a duras penas. El siguiente hecho fue particularmente llamativo: la mayoría de los testigos narraban a sus allegados con sus teléfonos móviles la emotiva escena que estaban presenciando. Esta observación anecdótica ilustra una característica fundamental de las personas que experimentan emociones. Estas personas sienten una necesidad imperiosa de compartir las emociones y hablar de ellas. Antes de que existieran los teléfonos móviles, esta necesidad se satisfacía inicialmente en el lugar del suceso. Los testigos hablaban entre sí y, cuando regresaban a casa, volvían a hablar de la escena con sus allegados. A esto es a lo que llamamos "compartir socialmente las emociones".

Bajo esta denominación, analizamos el proceso que tenía lugar en los minutos, las horas, los días o incluso las semanas o los meses siguientes a la vivencia de un episodio emocional. El estudio recoge la descripción del acontecimiento emocional, narrada en un lenguaje socialmente compartido por la persona que lo vivió, a un receptor determinado (Rimé, 1989; Rimé, Mesquita, Philippot y Boca, 1991a). En su versión completa, este compartir social de las emociones tiene lugar cuando las personas hablan abiertamente con una o más personas acerca de las circunstancias del acontecimiento que provocó la emoción y de sus propios sentimientos y reacciones emocionales frente al mismo. En sus versiones atenuadas, consiste en comunicaciones latentes o indirectas en las que el destinatario de la descripción sólo está presente de manera simbólica, como ocurre en el caso de las cartas o de los diarios.

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En nuestra cultura, las emociones tienen un acusado sabor individualista. Se consideran experiencias esencialmente íntimas y privadas. En contraste con esta idea, el estudio realizado acerca del compartir social de las emociones indica que toda experiencia emocional lleva inherente una respuesta social. Esta respuesta no sólo implica la necesidad de estar con otros, sino también la necesidad de conversar con ellos, contarles lo ocurrido y compartir con ellos los sentimientos y los pensamientos experimentados.

¿Qué es lo que hay que regular tras la vivencia de una emoción negativa?
Las experiencias negativas tienen consecuencias complejas porque repercuten sobre la persona a muchos niveles. A continuación insistiremos en la necesidad de disociar el impacto cognitivo de dichas experiencias, de su impacto socio-afectivo. Queremos demostrar que abarcan, respectivamente, modalidades de regulación radicalmente distintas.

Impacto cognitivo
Una experiencia emocional negativa repercute sobre la adaptación actual cuando los elementos cognitivos implícitos en la correspondiente red de memoria conservan la función orientativa de la emoción. Dichos elementos cognitivos hacen que la red vuelva a acceder a la memoria operativa y active la reflexión mental, las imágenes y los pensamientos intrusivos, la necesidad de hablar, etcétera. Los elementos cognitivos que pueden provocar estas reminiscencias emocionales son de tres tipos (Rimé, 2005; 2007): (1) representación de objetivos que quedaron bloqueados por la situación emotiva (Carver y Scheier, 1990; Dembo, 1931; Klinger, 1975; Mandler, 1984; Martin y Tesser, 1989), (2) expectativas, esquemas, modelos o ideas sobre uno mismo y sobre el mundo que quedaron en entredicho debido a dicha situación (por ejemplo, Epstein, 1990, 1991; Janoff-Bulman, 1992; Horowitz, 1976, 1979; Taylor, 1983), (3) evaluación no modificada de la situación emocional codificada (si la evaluación personal de esta memoria repite la evaluación inicial de la situación, cada vez que se accede a la memoria se despierta la misma emoción). A efectos de reducir o eliminar la perseveración cognitiva (reflexión mental, imágenes y pensamientos intrusivos…) provocada por la experiencia negativa y, de este modo, lograr la recuperación emocional, la regulación de la emoción debería apagar cada uno de estos elementos cognitivos conservadores de la memoria.
Ello requiere la ejecución de las correspondientes tareas cognitivas, que pueden enumerarse como (1) el abandono de objetivos frustrados y/o la reorganización de la jerarquía de los motivos, (2) la modificación de los modelos y esquemas propios; la integración de nueva información en las interpretaciones y teorías de la realidad, (3) el desarrollo del trabajo cognitivo y de la comunicación social adecuados para restaurar el sistema simbólico, y (4) la intervención en la reestructuración y reevaluación cognitiva de las circunstancias provocadoras de las emociones recordadas. En este proceso, las aportaciones de otras personas pueden resultar críticas.

Impacto socio-afectivo
Las experiencias emocionales negativas tienen importantes efectos colaterales. Implican una desestabilización pasajera de la persona, que provoca fuertes sentimientos de ansiedad, inseguridad, impotencia, distanciamiento, alienación, pérdida de amor propio, etc. Tales efectos se deben a un fracaso a la hora de alcanzar objetivos, una falta de ajuste a expectativas o esquemas, una destrucción de construcciones simbólicas, etc. Aunque en la vida cotidiana las personas se conducen en un contexto de aparente orden y significado, las situaciones emocionales echan por tierra sus expectativas, modelos y visión del mundo y, por consiguiente, debilitan esta delicada estructura. Las situaciones traumáticas han demostrado ser particularmente perjudiciales a este respecto (Epstein, 1973, 1990; Janoff-Bulman, 1992; Parkes, 1972). Pero toda emoción ejerce algún tipo de impacto sobre esta estructura simbólica porque la emoción se desarrolla precisamente en las fisuras de aquélla (o cuando surgen imprevistos y/o las cosas quedan fuera de control) (Corsini y Rimé, 2009). Generalmente, esta desestabilización temporal de la persona se pasa por alto porque se confunde con el propio impacto emocional. Sin embargo, afirmamos con rotundidad que se trata de dos cosas distintas y que implican modos de regulación distintos. Mientras que amortiguar el impacto cognitivo de una emoción requiere los modos de regulación cognitiva recién mencionados, amortiguar la desestabilización y los sentimientos negativos de la persona requiere, en concreto, las aportaciones de apoyo activas de los demás. Por lo tanto, las experiencias negativas se revelan tras la petición de: (1) recibir apaciguamiento, consuelo, amor, cuidados, disponibilidad, proximidad y/o contacto físico (por ejemplo, Bowlby, 1969; Harlow, 1959), (2) recibir ayuda y asistencia material concretas manifestadas a través de las conductas de otro (por ejemplo, Stroebe y Stroebe, 1996; Thoits, 1984), (3) recibir apoyo social en el momento de desarrollar una conducta o actuación real, (4) recibir reconocimiento y aceptación social, ser escuchado y comprendido, recibir aceptación incondicional e integración social (por ejemplo, Wortman y Lehman, 1985), y (5) recibir apoyo de los demás, seguridad y demostración de respeto (por ejemplo, Epstein, 1973).

 

¿Qué es lo que se regula realmente en las situaciones en las que se comparten socialmente las emociones?
En diversos estudios, quedó sistemáticamente demostrado que las situaciones que suscitan emociones negativas, como el bloqueo de objetivos, estimulan inmediatamente una mayor concentración en el objetivo no alcanzado, acompañadas de una vigorización y de esfuerzos reiterados (por ejemplo, Dembo, 1931; Klinger, 1975; Martin y Tesser, 1989). Tan sólo a largo plazo, y a menudo tras algún tipo de trastorno depresivo, se encuentra la gente dispuesta a reconsiderar la situación y evaluarla cognitivamente. En otras palabras, poco tiempo después de experimentar una emoción (que es precisamente cuando tiene lugar la mayor parte del compartir social de la emoción), la gente, por lo general, se niega a abandonar sus objetivos frustrados, no se plantea modificar su jerarquía de motivos, se aferra a sus esquemas existentes, no desea cambiar sus representaciones, se atiene a su evaluación inicial de la situación emocional, no se siente preparada para reestructurar ésta última ni para cambiar de perspectiva. En resumen, en la fase inicial del compartir social de una experiencia emocional negativa, la gente se muestra relativamente impermeable a los modos de regulación cognitiva.

Más bien, la investigación de las interacciones sociales en el ámbito emocional demostró que cuando se comparte socialmente una emoción, se desarrolla una dinámica interpersonal típica (Christophe y Rimé, 1997). Resumimos las conclusiones en la siguiente narración: la Persona A, que experimentó una emoción, comparte dicha emoción con B. Esta última manifiesta un marcado interés por el contenido compartido, lo que impulsa a la Persona A a hablar cada vez más de la emoción. Por consiguiente, se activa la estimulación emocional en la Persona B. De este modo, surge entre los sujetos de la interacción una estimulación recíproca de la emoción que lleva a A a sentir una mayor empatía por la Persona B. Esta última siente entonces el deseo de ayudar y apoyar a la Persona A. Cuanto mayor sea la intensidad del episodio emocional compartido, mayor será la renuncia de B a utilizar la expresión verbal, pasando a utilizar la comunicación no verbal, a través del contacto físico o las caricias.

Esto desemboca en un mayor apego de B por A. Del mismo modo, A, que es el centro de atención, interés, empatía y apoyo de la Persona B, siente necesariamente un mayor apego por esta última. Esto indica que compartir una emoción resulta eficaz a la hora de estrechar vínculos entre el narrador y el receptor. Dado que los receptores de la información compartida son principalmente los allegados, el proceso de comunicación emocional puede mantener, refrescar y reforzar la intimidad. Diversos estudios de autorrevelación arrojaron resultados similares (por ej., Reis y Patrick, 1996). De acuerdo con los datos metanalíticos se confirmó que las personas que intervienen en la revelación de información personal tienden a agradar más que las personas que revelan menos datos personales y que, del mismo modo, las personas sienten apego por aquellos que les comunican información, por el hecho de haber sido escogidas como receptoras de la información (Collins y Miller, 1994). El hecho de que la emoción constituye un ingrediente básico a este respecto fue resaltado por Laurenceau et al. (1998 De la neurona a la felicidad. Diez propuestas desde la Inteligencia Emocional p. 1238), que indicó que: "la autorrevelación de emociones demostró ser un factor predictivo de la intimidad más determinante que la autorrevelación de hechos e información".

En suma, aunque las experiencias emocionales negativas desencadenan tanto necesidades cognitivas como socio-afectivas, los datos recién analizados nos llevan a concluir que cuando se desarrolla de manera natural, el compartir social de las emociones favorece esencialmente los procesos socioafectivos. Tanto las demandas de los narradores como las respuestas de los receptores contribuyen a emitir esta conclusión. A los narradores les agrada recibir respuestas socio-afectivas de receptores allegados. Las interacciones sociales estimulan precisamente estas respuestas de los oyentes y, por consiguiente, desembocan en un estrechamiento del vínculo entre ambos sujetos de la interacción. Esto resulta muy apropiado para amortiguar los efectos desestabilizadores de una experiencia emocional negativa. Ahí es donde probablemente resida la fuente de los importantes beneficios que afirman generalmente percibir los narradores por el hecho de compartir una experiencia negativa. Nada impide que los oyentes proporcionen respuestas socio-cognitivas y, por consiguiente, existe la posibilidad de que estas situaciones contribuyan a la recuperación emocional. No obstante, los elementos anteriormente analizados indican claramente que, por lo general, el compartir social espontáneo de las emociones no tiende a tomar el rumbo cognitivo. Este es el motivo que impidió que el hecho de compartir socialmente las emociones de manera espontánea se pudiera considerar predictivo de la recuperación emocional. Por lo tanto, en el caso de experiencias emocionales negativas severas, obviamente, se deja un amplio espacio a la intervención profesional, que se centraría en el procesamiento cognitivo del episodio emocional.

 

 

Bernard Rimé

Experto colaborador de la Fundación Botín
Universidad de Lovaina, Lovain-la-Neuve, Bélgica

Leer o descargar “De la neurona a la felicidad. Diez propuestas desde la Inteligencia Emocional”.

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