El modelo de la felicidad sostenible

mar 14, 2016
Julia K. Boehm y Sonja Lyubomirsky

El cómo obtener, conservar y recuperar la felicidad es, de hecho, el motor oculto que ha movido a la mayoría de los seres humanos de todos los tiempos en todas sus actuaciones y en todo lo que desean perpetuar.
William James

El modelo de la felicidad sostenible

En su modelo de los determinantes primarios de la felicidad, Lyubomirsky, Sheldon y Schkade (2005) ofrecen una perspectiva optimista con respecto a la posibilidad de aumentar la felicidad de manera sostenible. Según su modelo, la felicidad crónica, o la felicidad que uno muestra durante una época determinada de su vida, se encuentra influenciada por tres factores: el punto de partida de la persona, las circunstancias vitales de dicha persona y las actividades intencionales en las que interviene (véase Figura 1). Se cree que el punto de partida influye un 50% aproximadamente en la varianza de las diferencias individuales en el ámbito de la felicidad crónica. Sin embargo, desafortunadamente, dado que el punto de partida está "determinado" o es fijo, es resistente al cambio. Vista su relativa inflexibilidad, no es probable que el punto de partida constituya un buen camino para buscar el aumento de la felicidad.

En contraposición a muchos conceptos asentados del bienestar, las circunstancias de la persona representan generalmente tan sólo un 10% de las diferencias individuales en el ámbito de la felicidad crónica (Diener et al., 1999). Las circunstancias de la vida engloban factores como la región nacional o cultural de la persona, la demografía (por ejemplo, el sexo, la pertenencia a una etnia determinada), las experiencias personales (por ejemplo, traumas y triunfos experimentados), y las variables del estatus social (por ejemplo, el estado civil, el nivel de educación, la salud y los ingresos). Dado que tales circunstancias son relativamente constantes, son más susceptibles a la adaptación y, por consiguiente, ejercen, en comparación, una menor influencia sobre la felicidad. Así pues, los factores circunstanciales tampoco parecen constituir un camino prometedor para alcanzar un bienestar sostenible.

Sin embargo, es interesante recalcar que aunque la persona media se adapta fácilmente a los cambios positivos de su vida, como casarse, ganar la lotería o conseguir ver mejor, se han hallado diferencias individuales en los niveles de adaptación. Por ejemplo, en un estudio sobre las reacciones ante el matrimonio, algunos recién casados indicaron que habían experimentado un aumento sustancial en el nivel de satisfacción vital tras la boda y que permanecían muy satisfechos incluso años después, mientras que otros habían retomado rápidamente su nivel inicial de felicidad, y otros incluso se habían vuelto más infelices y seguían siendo relativamente infelices (Lucas et al., 2003). Estos hallazgos indican que la gente difiere en el modo de comportarse intencionalmente ante circunstancias cambiantes (por ejemplo, la medida en que expresa gratitud a su cónyuge, la medida en que se esfuerza por su relación de pareja, o la medida en que saborea junto a su pareja las experiencias positivas). El factor más prometedor en cuanto a su capacidad para influir sobre la felicidad crónica, por lo tanto, es la fracción del 40% representada por la actividad intencional (véase Figura 1; véase Lyubomirsky, 2008). Caracterizadas por conductas participativas, que requieren grandes esfuerzos y que se presentan como opcionales para el sujeto, las actividades intencionales pueden ser conductuales (por ejemplo, practicar actos de amabilidad), cognitivas (por ejemplo, expresar gratitud), o motivacionales (por ejemplo, tratar de lograr metas intrínsecamente importantes en la vida). Los beneficios de las actividades intencionales consisten en que éstas son naturalmente variables y tienden a tener puntos de inicio y de finalización (es decir, son episódicas). Estas dos características tienen por sí mismas el potencial necesario para actuar frente a la adaptación.

Es decir, es mucho más difícil adaptarse a algo que está en perpetuo cambio (es decir, actividades que lleva a cabo el sujeto), que a algo que es relativamente constante (es decir, las circunstancias y situaciones del sujeto). En apoyo de este argumento, cuando se pidió a ciertas personas que calificaran los diversos aspectos de recientes cambios positivos en sus actividades (por ejemplo, el comienzo de un nuevo programa deportivo) frente a recientes cambios positivos en sus circunstancias (por ejemplo, la mudanza a un piso más agradable), describieron los cambios basados en sus actividades como cambios más "variables" y menos tendentes a la adaptación (Sheldon y Lyubomirsky, 2006a). Es más, los cambios basados en las actividades predecían el bienestar de las personas tanto a las 6 semanas como a las 12 semanas del inicio del estudio, mientras que los cambios basados en las circunstancias tan sólo predecían el bienestar de estas personas a las 6 semanas de iniciar el estudio. Parece ser que a las 12 semanas de iniciar el estudio, los estudiantes ya se habían adaptado a sus cambios circunstanciales, pero no a sus actividades intencionales.

Utilización de actividades intencionales como base para intervenir en la felicidad

Las pruebas preliminares indican que las intervenciones en el ámbito de la felicidad que engloban actividades intencionales pueden resultar eficaces a la hora de incrementar y sostener la felicidad. Uno de los primeros investigadores que decidieron impartir cursos sobre estrategias voluntarias para aumentar la felicidad fue Fordyce (1977, 1983). Fordyce transmitió sus "14 Reglas Fundamentales" para lograr la felicidad (por ejemplo, integrarse en sociedad, practicar el optimismo, vivir en el presente, reducir la negatividad y no preocuparse) a diferentes grupos de estudiantes. En siete de los estudios, los estudiantes que habían recibido formación sobre las estrategias para aumentar la felicidad demostraron tener mayores niveles de felicidad que los estudiantes que no habían recibido dicha formación. Los estudios pioneros de Fordyce proporcionan pruebas preliminares de que la gente tiene el potencial necesario para aumentar su felicidad a corto plazo a través de programas de "formación". En una ampliación de este trabajo, sometimos diversas actividades estimuladoras de la felicidad a un análisis exhaustivo en laboratorio e intentamos identificar importantes factores moderadores y mediadores de la eficacia de aquéllas.

Felicidad sostenible campo

La práctica de actos de amabilidad

En una intervención controlada y aleatoria en laboratorio, analizamos una actividad intencional conductual: en un experimento de 10 semanas, se invitó a los participantes a practicar con regularidad diversos actos de amabilidad (Boehm, Lyubomirsky y Sheldon, 2008). Se demostró que la práctica de actos de amabilidad (por ejemplo, sostener la puerta a un extraño o lavar los platos de un compañero de piso) influía en la felicidad por diversas razones, aumentando la autoestima, las interacciones sociales positivas y los sentimientos de caridad con respecto a los demás y a la comunidad en general. En este estudio, se midió la felicidad en su nivel inicial, mediada la intervención, inmediatamente después de la intervención, y un mes después de la intervención. Además se manipularon dos variables: 1) la frecuencia con la que los participantes practicaban actos de amabilidad (o bien tres, o bien nueve veces a la semana) y 2) el nivel de heterogeneidad en los actos de amabilidad practicados por los participantes (o bien actos de amabilidad variados, o bien los mismos actos repetidos semanalmente). Por último, los  participantes del grupo de control simplemente enumeraron las situaciones en las que habían practicado actos de amabilidad durante la semana anterior.

Fue interesante descubrir que la frecuencia con la que se practicaban los actos de amabilidad no influyó sobre el bienestar posterior. La variedad de los actos de amabilidad, sin embargo, sí repercutió sobre la medida en que se incrementó la felicidad de los participantes. Los participantes a quienes se solicitó que practicaran una amplia gama de actos de amabilidad exhibieron una trayectoria ascendente en la felicidad, incluso durante el seguimiento realizado 1 mes después de la intervención. Por el contrario, en el grupo de control no se verificaron cambios en el nivel de felicidad en las 14 semanas que duró el estudio, y los participantes a los que no se ofreció la posibilidad de modificar sus actos de amabilidad mostraron un descenso en sus niveles de felicidad mediado el estudio, para finalmente recuperar su nivel inicial de felicidad en la evaluación de seguimiento.

En otra intervención de amabilidad en laboratorio, se pidió a los estudiantes que practicaran cinco actos de amabilidad por semana durante un periodo de 6 semanas, y dichos actos tenían que realizarse, o bien en un solo día (por ejemplo, todos el lunes), o a lo largo de la semana (Lyubomirsky, Sheldon et al., 2005). En este estudio, aumentaron únicamente los niveles de felicidad de los estudiantes que practicaron todos los actos de amabilidad en un solo día. Quizá cuando los actos de amabilidad se repartían a lo largo de toda la semana, se dispersaban los efectos de cada uno de los actos de amabilidad, de manera que los participantes no diferenciaban entre su comportamiento normal (y, presumiblemente, amable, en general) y la amabilidad provocada a través del estudio. En conjunto, nuestras dos intervenciones en amabilidad no sólo indican que se puede aumentar la felicidad a través de actividades intencionales conductuales, sino que tanto el tiempo como la heterogeneidad en la práctica de dichas actividades intencionales moderan de manera significativa el impacto de dichas actividades sobre el bienestar.

Expresión de gratitud

Otro estudio que hicimos en laboratorio, que analizaba los efectos de expresar gratitud (o "dar las gracias") sobre las variaciones en el nivel de bienestar, reprodujo conceptualmente los resultados de los estudios de amabilidad Lyubomirsky, Sheldon et al., 2005). La expresión de agradecimiento predecía un aumento de la felicidad, dado que favorece el saboreo de situaciones positivas y puede contrarrestar la adaptación hedónica, ya que permite que la gente vea los aspectos positivos de su vida en lugar de darlos por sentados. En este estudio, inspirado en las investigaciones de Emmons y McCullough (2003), se pidió a los participantes que escribieran informes sobre agradecimientos una vez a la semana, tres veces por semana, o ningún día de la semana (grupo de control sin tratamiento). En sus informes, los participantes debían escribir un máximo de cinco cosas de la semana anterior por las que se sintieran agradecidos.

Entre los "objetos de agradecimiento" recabados había cosas importantes (por ejemplo, la salud, los padres) y cosas más triviales (por ejemplo, un servicio de mensajería instantánea).

La medición del bienestar se realizó tanto antes como después del estudio. En confirmación de los resultados de nuestro estudio de 6 semanas sobre actos de amabilidad, el factor tiempo demostró ser decisivo. De acuerdo con el experimento, se observó un aumento en los niveles de bienestar de los participantes que daban las gracias una vez a la semana, cosa que no ocurrió con los que las daban tres veces por semana. Estos resultados proporcionan más pruebas en apoyo del argumento de que no sólo las actividades intencionales pueden aumentar con éxito la felicidad, sino que el modo en que se  practican dichas actividades es crítico.

Visualización del mejor concepto posible de uno mismo

Sheldon y Lyubomirsky (2006b) investigaron aún una actividad intencional más que podría resultar eficaz a la hora de aumentar los niveles de felicidad: De la neurona a la felicidad. Diez propuestas desde la Inteligencia Emocional.

La promesa de una felicidad sostenible la práctica de visualizar el Mejor Concepto Propio Posible y escribir sobre dicho concepto (MCPP; Markus y Nurius, 1986). Este estudio de 4 semanas también incluía un grupo de expresión de gratitud (en el que los participantes daban las gracias) y un grupo de control (en el que los participantes recordaban acontecimientos diarios). En el grupo de MCPP, se impulsaba a los participantes a pensar en conceptos de sí mismos que deseaban ver cumplidos en el futuro. King (2001) había demostrado en investigaciones anteriores que el hecho de escribir sobre el mejor concepto posible de uno mismo para el futuro (un proceso que, presumiblemente, aumenta el optimismo y ayuda a integrar las prioridades propias y las metas en la vida de uno) está ligado a un aumento en los niveles de bienestar. Según los resultados de nuestro experimento de 4 semanas, los participantes de ambos grupos experimentaron un aumento de los sentimientos positivos inmediatamente después del estudio; sin embargo, dicho aumento sólo era estadísticamente significativo entre los que habían visualizado el mejor concepto posible de sí mismos.

Procesamiento de experiencias felices de la vidaFelicidad sostenible chica flores

Otra serie de estudios de intervención en la felicidad se centró en el modo en que la gente valora las experiencias positivas de la vida (Lyubomirsky, Sousa y Dickerhoof, 2006). Partimos de la hipótesis de que el hecho de analizar y estructurar sistemáticamente los pensamientos y sentimientos de los momentos más felices de la vida de uno tendía a reducir parte de la alegría inherente a tales experiencias.

Por el contrario, el hecho de volver a experimentar o saborear esos momentos (sin intentar buscarles un significado u organizarlos) predecía la conservación de emociones positivas y un incremento general de la felicidad. A través del paradigma  de la escritura expresiva de Pennebaker (1997), sometimos a prueba estas dos hipótesis.

En el primer estudio, se pidió a los participantes que escribieran sobre sus experiencias vitales (en comparación con otros que debían grabarlas en una cinta o pensar en privado en ellas) durante 15 minutos cada uno de los 3 días que duraba el estudio.

Según los resultados, aquellos que habían pensado en los mejores momentos de sus vidas indicaron tener mayores niveles de satisfacción vital que los que hablaron o escribieron sobre ellos.

En el segundo estudio, los participantes escribieron o pensaron sobre el día más feliz de sus vidas, o bien analizándolo sistemáticamente o rememorándolo reiteradamente. Se esperaba que la combinación de la escritura y el análisis fuera la que más menoscabaría el bienestar, mientras que los hechos de pensar y rememorar resultarían los más beneficiosos. En efecto, aquellos participantes que rememoraron reiteradamente el día más feliz de sus vidas al tiempo que pensaban en él, demostraron tener más emociones positivas 4 semanas después de haberse finalizado el estudio que los participantes de los otros grupos. En resumen, las pruebas indican que, a la hora de valorar los momentos más felices de la vida de uno, las estrategias que implican una integración y estructuración sistemáticas (por ejemplo, los procesos naturalmente provocados por la escritura y el habla) pueden menoscabar las emociones positivas inherentes a dichos momentos. Por el contrario, la aplicación de una estrategia eficaz de aumento de la felicidad implica la rememoración o revivencia de las experiencias positivas de la vida como si se volvieran a retransmitir en un reproductor de vídeo.

Julia K. Boehm
Sonja Lyubomirsky
Universidad de California

Extraído del libro De la neurona a la felicidad. Diez propuestas desde la inteligencia emocional

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