Grandes maestros para alumnos vulnerables en el medio rural, José Luis Castán Esteban
Aislados, pero no solos.
En una mañana fría de abril, a las diez de la mañana, la familia de Hassan recibe la llamada por teléfono de su maestro. Su casa solo tiene una calefacción de leña, y su padre tiene que salir todas las mañanas a cuidar un rebaño de ovejas en una granja cercana. De los cuatro hermanos de Hassan, tres iban con él al colegio, cada día, hasta que todo se paró cuando el trece de marzo el gobierno decretó que tenían que quedarse en casa.
Su maestro Iván es joven, y está comprometido con la escuela desde que llegó. Solo tiene doce alumnos en su clase, que está situada a más de mil metros de altura, en un pueblo de menos de cien habitantes de la provincia de Teruel. Cuando llegó en septiembre se sintió acogido, querido por esos niños y sus familias. Familias pobres, inmigrantes, que buscaban un lugar donde prosperar, pero que a pesar de las dificultades siempre sonreían. Le buscaron alojamiento, los niños le acompañaron a conocer los alrededores, y decidió que allí, y no sin dudas, en la distancia, con la posibilidad que da tener tiempo y pocos alumnos, podría llevar a cabo una verdadera labor educativa.
El reto desde el mes de marzo era enorme ¿Cómo llevar la escuela a niños que solo hablan español en ella, que no tienen acceso a Internet, y solo un teléfono? ¿Cómo poder hacerles sentir el cariño, la cercanía, la magia que proporciona compartir las experiencias, la vida que hay más allá de los libros y las tareas? Pero lo ha conseguido. Y como él centenares de maestros rurales. Esta es su pequeña historia.
La clave: la comunicación.
Si los niños no pueden ir a la escuela, será la escuela la que acuda a los niños. Con este planteamiento, y con el apoyo de los compañeros de otras escuelas cercanas, que forman el Colegio Rural Agrupado, se han amplificado todas las cualidades y recursos de un gran maestro. La más importante, poder comunicarse.
Iván ha preparado un cuento para Hassan. Pero no es una fotocopia o una página de un libro. Lo ha escrito, y también ilustrado, con colores la tarde anterior. Se lo ha dejado por la mañana en su puerta, junto con un mensaje de ánimo. “Eres extraordinario. ¿A que eres capaz de hacer una segunda parte? Tu última redacción me ha emocionado. La he puesto en mi habitación. Luego te mandaré una foto, para que la vean tu mamá y tus hermanos”. Va recorriendo las distintas casas del pueblo, y aprovecha, por la ventana, para saludarles. Al terminar, llama a los niños por teléfono. Les pregunta por los juegos, por las tareas, pero también les cuenta una historia extraordinaria, un gran viaje que hizo el año pasado. Y con la imaginación, Iván y Hassan llegan a un lugar desconocido y muy emocionante.
Dos días después, no es Iván, sino Sara, la maestra de música, la que le enseña una canción a través de un mensaje de voz en Whastapp. Le pide de la practique y que la cante con sus hermanos. Es de las cosas más divertidas que hace. Además, su madre también ha participado, y les acompaña con palmas, ya que no sabe español.
El maestro de educación física les ha mandado un video donde hace un baile. Es muy gracioso, porque se ha disfrazado de capitán pirata, y tiene toda la cara maquillada. Le da mucha risa, y le pide a su hermano mayor que se lo ponga una y otra vez. Luego, no para de imitarle en el comedor de la casa.
Después de comer, como su maestro le ha traído alguno de los juegos que más le gustan del colegio, las construcciones, les dedica un buen rato. Hace castillos, puentes, ríos, inventa historias, aventuras, y después las escribe en su cuaderno, porque Iván vendrá a por ellas el próximo día. Y quiere que le diga otra vez lo bien que lo hace.
Algo muy simple, pero muy bien preparado.
Para Iván, maestro en una escuela rural, todo lo que hace le supone una intensa labor de preparación. Afortunadamente tiene unos medios que no eran posibles hace años. Hace reuniones de coordinación con sus compañeros, ahora por videoconferencia. No solo plantea allí sus iniciativas, sino que también recibe comentarios de otros maestros con más experiencia. También cuenta con recursos a través de portales educativos, como los que proporciona el programa Educación Responsable. Tiene libros e Internet. Pero debe adaptarlos, pensar en cada momento en la situación de sus alumnos, y reorientar su programación. El trabajo de preparación, personalizado, y después de cada semana, la valoración de lo que ha conseguido es la clave para que la relación educativa se mantenga, para que tenga éxito. Porque cada uno de sus doce alumnos es distinto. Y está aprovechando estas semanas para conocerles mejor.
Algo tan importante como las actividades, es su presentación a los niños. El momento adecuado, su introducción con una llamada de teléfono, el “envoltorio”: la emoción que supone una nota adhesiva, o una carta misteriosa sin remitente. Y ante todo, la palabra. Pero no solo la del maestro, también la que le responde al otro lado, y la de sus padres.
La iniciativa del maestro.
El gran temor de muchos docentes en esta situación de confinamiento, es sentirse obligados a seguir con el programa, como si eso fuera una garantía del éxito. O a esperar directrices, instrucciones y normas por parte de la administración educativa o de la inspección. Aunque es comprensible, porque las instrucciones proporcionan seguridad, no es el camino adecuado. Destinar más tiempo a unas actividades o a otras no debe importar. Porque los niños van a responder en función de la motivación que tengan, no por la organización horaria, que ahora ha desaparecido y que no debemos esforzarnos por reproducir.
Es en este momento cuando la iniciativa, la capacidad para imaginar, crear, pero sobre todo, la necesidad de seguir vinculados emocionalmente con nuestros alumnos, debe imperar. Sin ataduras a un programa o a un libro, pero con el objetivo claro de a dónde queremos llegar. Con libertad. Si el maestro entiende la situación familiar, si sabe acompañar, en ese caso es un recurso valioso. Él, y su presencia, es mucho más importante que cualquier libro o asignatura. Y en las pequeñas escuelas rurales, esta situación está siendo posible.
¿Qué podemos aprender de esta situación?
Deberíamos sacar algunas conclusiones para reflexionar como maestros. Pero en lugar de redactarlas desde el punto de vista de los docentes, o de los responsables de programas educativos, dejaría que lo hiciera el pequeño Hassan, al que le pregunté cómo había pasado estos dos meses. Los adultos estamos preocupados por cuestiones materiales, por las medidas de protección, por los cambios normativos, por las dificultades del futuro…. pero él tenía una percepción distinta:
La primera es que Iván no solo se preguntaba por la lengua, las matemáticas, por lo bien o mal que escribía, aunque claro, de todas esas cosas, también. La mayor parte del tiempo estaba hablando de sus hermanos, de su padre, de lo que iba a hacer de mayor. Le encantaba contarle cosas.
Otro aspecto que me sorprendió es que sentía que había sido “más mayor”. Había tenido que organizar su habitación, ayudar a su padre y a su madre. Ser responsable de sus hermanos. Estaba orgulloso de poder hacer cosas de adultos que antes no le dejaban.
Pero lo más importante fue cuando me dijo que además de a sus amigos y a sus primos que vivían en el pueblo de al lado, a quien más echaba de menos era a su maestro Iván. Que estaba esperando que le llamara, o que cuando le dejaba algo en la puerta de casa, no se separaba de la ventana para saludar. Que era muy bueno con él, y le podía llamar por teléfono igual que podía hacer con sus tíos en Marruecos; que quería que siempre estuviese allí. Y acabó diciendo. Es “grande”.
José Luis Castán Esteban
Coordinador del Programa Educación Responsable en Aragón