La magia de la educación, Xosé Manuel Domínguez Prieto

dic 26, 2017
Xosé Manuel Domínguez Prieto

Mago es aquel que consigue que ocurra lo inesperado. Cuando se hace magia, se transforma el tiempo y despiertan mente y corazón.

¿Se puede transformar la experiencia del tiempo? En efecto. Solemos vivir nuestro tiempo como Kronos,  como tiempo de reloj, como tiempo mecánico, que da lugar a la monotonía, a la monocronía. Es la experiencia del tiempo en la que se  suceden mecánicamente los días.  Pero todos tenemos la sorprendente evidencia de que, en algún momento, ocurre lo inesperado: confluyen varios acontecimientos imprevistos y nos presenta nuevas claves o escenarios en nuestra vida. Entonces el tiempo cotidiano –Kronos-  se convierte en kairós, en tiempo de gracia. Esto es magia.

¿Qué significa ‘despertar la mente y el corazón’? Se trata de otra llamativa experiencia: solemos vivir inmersos en la lógica interna de las actividades que hacemos: hora de levantarse, desayuno, niños, clases, estándares, competencias, programación,  evaluaciones, reuniones de departamento, coordinación pedagógica, aula de convivencia, fiesta de la paz, ir al Carrefour, al Corte Inglés, consulto el Facebook, envío whatsapp, recojo a los niños, preparo la cena, empieza el telediario... Y, al final, en algún momento, cuando sacamos la cabeza de esta mecánica nos damos cuenta de que estamos anestesiados para lo que hay en el fondo, para lo que realmente  importa. Pero en este discurrir mecánico, de repente,  surgen como relámpagos en una tormenta de verano, momentos que me despiertan: unos son los dolorosos y otros son los momentos alegres. Pero todos son momentos mágicos.

Cuando ocurre el momento mágico, surge el asombro, el cambio de la experiencia del tiempo y de mí mismo. Y esta experiencia se puede dar en todos los órdenes de la vida. También en la educación.

El arte de educar va mucho más allá de la mera transmisión de información, de la habilitación intelectual y de la promoción académica. Se trata de desarrollar el arte del acompañamiento. Y en este arte reside la magia de la educación.

Hay magia en la educación cuando se da el acontecimiento de un encuentro verdadero entre profesor y alumno. Y este encuentro transfigura y ‘toca’ en lo profundo tanto a profesor como alumno.

Se produce la magia en la educación cuando logramos vivir despiertos el acontecimiento único del encuentro diario con nuestros alumnos. ¿Cuáles son los caminos que permiten transfigurar cada encuentro con nuestros alumnos

En primer lugar, propicia la magia en la educación nuestra MIRADA. La mirada que tengamos hacia los alumnos les transfigura.

En general, transformamos la realidad con nuestra mirada sobre ella. De modo especial, la mirada transforma el modo en que nos relacionamos con los demás. No es lo mismo mirar a un mendigo como a un vago o como un necesitado, ver a un alumno como una carga o como alguien en plena maduración. La clave está en que trato al otro según le mire.

En efecto, mi mirada puede sacar lo mejor o lo peor de mí mismo y del otro, mi mirada condiciona mi trato con el alumno.

  • Puedo mirar al alumno con indiferencia, como algo inventariable. En este caso, el otro no será un acontecimiento para mí, no será algo que ‘me’ pasa, sino algo que pasa ante mí.
  • Puedo mirar al alumno –sobre todo al disruptivo- acusadoramente, como estorbo, como siendo su juez.
  • Puedo tratar al alumno como un socio, como alguien con el que intercambio un servicio, como alguien al que trato por su rol.
  • Pero puedo mirar al alumno como persona, como digna de ser amada, como alguien a quien puedo acoger, a quien me puedo dar, ante quien me puedo asombrar. Le miro con admiración, con asombro, mirando lo que puede llegar a ser y su dignidad. 

En segundo lugar, propicia la magia en educación nuestra ESCUCHA.

En general, en educación se abusa del tiempo de habla por parte del maestro (¿no conocen a alguno aquejado de dolor de garganta?).  El hablarles sin parar produce aturdimiento cognitivo. Pero cuando no les hablamos nosotros, les hablan los otros, son receptores de mensajes multimedia o terminales de recepción de datos en red a los que tienen que responder con más actividad. Pero todo se puede transfigurar cuando son escuchados. Es una necesidad de toda persona.

Escuchar al alumno es darle espacio,  disponerme a leer lo que hay en él, captar su propio nombre, su propia identidad. Se trata de llegar al interior desde el exterior. Sólo así podré, después,  hablarles.

¿Cómo puedo escucharles? A través del lenguaje no verbal: escuchar es estar atento al lenguaje no verbal, a su mirada, a su posición corporal, a sus gestos, a su expresión facial, a su tono de voz. Escucho qué me dicen y cómo me lo dicen.

Escuchar es leer dentro para descubrir cuáles son sus necesidades. Y más allá de descubrir las inmediatas, estoy llamado a conectar con sus necesidades más profundas.

Escuchándoles, podré descubrir que el mayor experto en ese niño o ese joven es él mismo. Y será él quien me revele sus necesidades. Además, a través de la escucha podré conectar emocionalmente con ellos, propiciando un encuentro de persona a persona, que es cuando se da la magia en educación. Y para propiciar esta conexión emocional hay diversas herramientas básicas que he de poner en marcha en el trato con ellos:

  • Mostrar alegría, sonreír, mirar a los ojos y llamarle por su nombre.
  • Buen humor, amabilidad, mostrarse entusiasmado con lo que se hace.

En tercer lugar, se da la magia de la educación cuando promuevo su AUTOCONOCIMIENTO.

En realidad, esto responde a la siempre válida propuesta socrática como pórtico de toda promoción educativa: ‘Conócete a ti mismo”.

Pero ayudar al alumno a que se conozca no comienza por hacerles un test de inteligencia. Comienza por descubrirles, con mi afecto incondicional, que tienen dignidad, un valor infinito y que su vida merece la pena, al margen de sus resultados, comportamiento o situación personal. Para esto, además de este afecto incondicional, de prestarle atención llamándole por su nombre y mirándole a los ojos, el profesor puede descubrirle todo lo bueno que hay en él y todo lo que hace bien. Incluso cuando el examen me lo haya dejado en blanco, podré decirle “Enhorabuena Has dejado mucho margen y tienes pocas faltas ortográficas en tu nombre”.  Siempre habrá algo bueno que pueda decirle. Incluso cuando les corrija, les haré un feed back positivo: les muestro lo bueno que hacen y luego les sugiero como mejorar.

En cuarto lugar, se produce la magia de la educación cuando no solo formamos e informamos al alumno, sino que le damos IMPULSO.

Se trata de esas palabras y ese apoyo que, expresando la confianza en él, le empuja a que se ponga el alumno en juego, a que ponga en juego su autonomía. Es el movimiento contrario a la sobreprotección que quizás han sufrido en casa y de que, con toda seguridad, son víctimas por parte de nuestra cultura posmoderna.

Y darles impulso supone acompañarles hasta el umbral de la puerta de su existencia para que descubran que lo más importante no es lo que hacen ni cómo lo hacen sino el para qué y para quién lo hacen. Impulso no cuando motivo sino cuando propicio que el joven o el niño encuentren su propio camino. Entonces, soñarán con su futuro, con los pies bien sentados en su presente.

¿Cómo dar este impulso? ¿Cómo ayudar a que miren más allá para lanzarse a la aventura de vivir su propia vida? Sócrates, de nuevo, nos enseñó el camino: el arte de hacer buenas preguntas, haciendo preguntas clave que les despierte y busquen la verdad sobre sí mismos.

En realidad, hay muchos tipos de preguntas. Existen las preguntas inútiles: ¿Por qué las ciruelas negras son rojas cuando están verdes?; ¿Por qué el pan de molde es cuadrado, si el salami, la mortadela… son redondos? Otras preguntas son meramente curiosas. ¿Por qué cuando llegamos a lo alto de una montaña nos ponemos las manos en las caderas? ¿Por qué abrimos la boca cada vez que miramos al techo? ¿Por qué cuando cogemos una caja de medicamentos, por muchas vueltas que le demos, siempre la abrimos por el lado que no es y aparece el prospecto, ahí, doblado?  

Pero hay otras preguntas que se te clavan en el alma y te despiertan y te impulsan: Si te encontrases con el niño que eras, ¿qué le dirías sobre qué has hecho con su vida? ¿Quién estás llamado a ser? ¿Realmente a quien amas? ¿Realmente en qué crees? ¿Realmente qué esperas?

Finalmente, también impulso cuando promuevo, le animo y premio su creatividad. Se trata de propiciar que se ponga en juego y busque y ensaye nuevas maneras de ser quien está llamado a ser. Le impulso cuando le ayudo a ver que es el autor de su vida.

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¿Cuándo se da la magia en la educación? Cuando somos capaces de asomarnos cada día al aula con asombro, como si fuese la primera o la última vez que lo hacemos. La magia no está fuera de nosotros, sino en nuestro corazón. Y lo que encontramos en el corazón es el horizonte de sentido que hace que veamos más allá de lo cotidiano. Aprender a mirar más allá y de otra manera es la clave del maestro mago.
 
Xosé Manuel Domínguez Prieto
No te pierdas su publicación: Domínguez Prieto, X.M: El arte de acompañar. Ed. PPC, Madrid, 2017
www.institutodafamilia.es 

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