Leer: Un viaje hacia el encuentro
El papel de la literatura
La opinión general suele admitir que la literatura, como la mayoría de las artes, es un agradable juego para la imaginación y un escape de la realidad. Muchas personas piensan que la ficción tiene poca relevancia práctica. Pero existen razones de más peso. La literatura puede considerarse como el guardián de los ideales de la humanidad. Los griegos creían que los ideales de la belleza debían grabarse en piedra, un material perecedero, mientras que los de la verdad debían conservarse en las imperecederas palabras de la poesía y la prosa. Cuando Goethe se refirió a la literatura como «la humanización de todo el mundo», se refería a su permanencia, a la documentación de hábitos, pensamientos, sueños y hazañas. Los libros nos permiten conectar con la antigua consciencia de nuestros ancestros, brindándonos la posibilidad de compararla con nuestro mundo actual. Todas las ciencias y las artes se basan en ideales. La literatura engloba aquellas características humanas que merecen cultivarse: amor, fe, deber, amistad, libertad y veneración. Nuestra sociedad, nuestra libertad y nuestro progreso descansan sobre unos sólidos cimientos basados en el cultivo de la palabra escrita. Sin embargo, hoy por hoy no podemos seguir dándolo por sentado. Por tanto, la literatura debe considerarse como la expresión de la vida en términos de verdad y belleza. Nuestro legado literario es un registro del espíritu de la humanidad en forma de pensamientos, emociones y aspiraciones.
La lectura engloba dos valores: el primero es el simple acto de leer y apreciar el texto; el segundo supone un análisis personal. Es en este último donde el lector puede descubrir un nuevo mundo, totalmente diferente y adentrarse en él. Leer nos ayuda a ser más empáticos, más tolerantes ante lo diferente, porque podemos ponernos en la piel de los demás y leer su mente. Este acto representa el amor por el libro; leer se convierte en una revelación personal que atrae nuestras emociones e imaginación en lugar de nuestro intelecto, como ocurre con un libro de texto. Debemos contemplar la literatura a la luz de un arte cuyo propósito no es instruir sino agradar, para que el lector pueda embarcarse en un proceso de desarrollo personal. Por tanto, la opinión generalizada de que la ficción supone una vía de escape frente a las tribulaciones del día a día, una distracción ante las exigencias que nos impone la sociedad y el trabajo, resulta una visión superficial.
La investigación en el ámbito literario
¿Nos convierte la literatura en mejores personas? Las investigaciones demuestran que aquellas personas que pasan mucho tiempo leyendo, dedican menos tiempo a ver la televisión y son en general más empáticas. La literatura moderna suele ser una simulación de experiencias sociales. La relación entre literatura y alfabetización, así como con los niveles de empatía, autoestima, inteligencia social y disminución de los ingentes niveles de violencia entre los jóvenes, ha vuelto a centrar la atención sobre el papel que desempeña la literatura durante el período escolar y posteriormente, en la vida. Esto puede contemplarse a la luz del preocupante descenso en los niveles de alfabetización en Europa. El sociólogo italiano Umberto Galimberti, por ejemplo, ha destacado la necesidad de que los adolescentes lean literatura clásica (un hábito que está desapareciendo con gran rapidez del plan de estudios). En las obras clásicas, los alumnos se familiarizan con una variedad de personajes que ayudan al lector a reubicar sus propias emociones. En obras épicas como Guerra y Paz, de León Tolstoi, los distintos grados de emociones positivas y negativas ofrecen un cambio constante de emociones contextualizadas en el marco de las relaciones humanas. Daniel Pennac ha aportado una excelente contribución a la comprensión de la literatura, las emociones y la creatividad. Su libro Como una novela, es una defensa apasionada de la lectura como frente para conseguir estabilidad emocional.
«Aquel profesor [Perros], no inculcaba un saber, sino que ofrecía lo
que sabía. No era tanto un profesor como un trovador, uno de esos
juglares de palabras […]. Su voz, al igual que la de los trovadores, se
dirigía a un público que no sabía leer. Abría los ojos. Encendía lámparas.
Encaminaba a su mundo por la ruta de los libros, peregrinación
sin final ni certidumbre, marcha del hombre hacia el hombre.
– ¡Lo más importante era que nos leyera todo en voz alta! La confianza
que ponía de entrada en nuestro deseo de aprender... Cuando
alguien lee en voz alta nos eleva a la altura del libro. Te ofrece la lectura
como un regalo […]. Nos daba una hora de clase a la semana. Esa
hora se parecía a su macuto: podía contener cualquier cosa. Cuando
nos abandonó a fin del año, eché cuentas: Shakespeare, Proust,
Kafka, Vialatte, Strindberg, Kierkegaard, Moliere, Beckett, Marivaux,
Valéry, Huysmans, Rilke, Bataille, Gracq, Hardellet, Cervantes, Laclos,
Cioran, Chéjov, Henri Thomas […].
Nos hablaba de todo, nos lo leía todo.
No nos perdía jamás de vista. Hasta en lo más profundo de su lectura,
nos contemplaba por encima de los renglones. Tenía una voz sonora y
luminosa, […] sin que jamás una palabra sonara más alta que otra […].
Era la caja de resonancia natural de todos los libros, la encarnación del
texto, el libro hecho hombre. Por su voz descubríamos de repente que
todo aquello se había escrito para nosotros».
En los últimos años, los estudios literarios se han centrado en el transporte emocional. Aquí se incluye el modo en que las artes en general, y la ficción clásica en particular, son capaces de desarrollar habilidades empáticas. Esto se produce cuando el lector se ve emocionalmente transportado por la historia. Las investigaciones están aún en una fase inicial; sin embargo, ya ha quedado claro que no todas las historias de ficción pueden favorecer un transporte emocional. Nuestra literatura clásica europea desde Cervantes a Víctor Hugo, o desde Conrad hasta Orwell, sí tiene esa cualidad.
Jerome Bruner, en un innovador análisis, distingue entre dos tipos de pensamiento: el lógico-científico y el narrativo. Mientras el primero tiene como objetivo buscar verdades universales a través de la lógica y la argumentación, como en los libros de texto, publicaciones científicas y periódicos, el modo narrativo establece lo que Bruner denomina verosimilitud (similitud con la vida). Esto permite al lector sumergirse y participar en una trama, centrándose en la credibilidad. La literatura entendida como modo de pensamiento científico no puede evocar estas mismas respuestas, debido a la ausencia de personajes, acontecimientos y escenarios. Un lector se ve transportado por la historia, puesto que se identifica con los personajes. Esta implicación personal en dos direcciones despierta simpatía o antipatía y puede tener eco en experiencias de la vida personal. En este sentido, la ficción es consecuente con la vida. El lector puede implicarse prediciendo cómo terminarán algunas situaciones, adivinando las reacciones de los personajes de la historia y anticipándose al curso de los acontecimientos. Sigue dos líneas simultáneas de pensamiento, la suya y la de los demás. Adoptar la perspectiva de otras personas supone un tipo de inteligencia inter e intrapersonal, unas formas de inteligencia cada vez más importantes en la sociedad moderna. La colaboración en el trabajo (trabajo en equipo) y el espíritu creativo dependen de la estima (apreciar los valores de los demás) y de la autoestima (apreciar nuestros propios valores y capacidades), un aspecto importante en la educación de los adolescentes.
Cuando los niños escuchan una historia, están practicando una habilidad que se desarrolla aún más en el lector adulto. A pesar de que los detalles concretos de una historia puedan olvidarse al poco tiempo de finalizar la lectura, ciertas estructuras neuronales y modelos mentales permanecen en el cerebro debido a la implicación emocional en la trama. Las investigaciones en este área son difíciles de realizar, puesto que en todo proceso creativo que suponga una activación de la imaginación siempre se produce un período de incubación. Keith Oatley y Raymond Mar son pioneros en el campo de la neurociencia literaria.
Su trabajo ha esclarecido una consideración importante a la hora de estudiar la metodología de la creatividad: el fenómeno del procesamiento inconsciente. Las experiencias emocionales quedan almacenadas y pueden recuperarse mucho más tarde en un nuevo contexto con otras imágenes que aparentemente no guardan relación, creando nuevas intuiciones y avances creativos.
Lectura en profundidad
Podemos leer de diferentes formas. Las grandes obras de la literatura requieren una lectura en profundidad, frente a otras más superficiales que, en nuestra época, resultan cada vez más frecuentes. Leer en profundidad es una habilidad cognitiva específica. Es lenta, requiere sumergirse en la actividad y es rica en detalles sensoriales y complejidad emocional. Se trata de una experiencia característica, distinta de la mera decodificación de palabras. Cuando nos limitamos a extraer información, como suele ser cada vez más común en nuestros centros escolares y universidades, utilizamos un modo de procesar palabras eficaz, pero que no nos adentra en el alma y la voz de la otra persona. Frank Kermode, un conocido crítico literario británico que murió en 2010, hablaba de dos tipos de lectura: la lectura carnal, caracterizada por un procesamiento de la información utilitarista y apresurado, que es la técnica que utilizamos la mayor parte del tiempo; y la lectura espiritual, que requiere una concentración total, además de un análisis y una reflexión continua. Esta división no es, de ningún modo, novedosa. Aristóteles dibujó ya esta misma línea en su obra Poética. Sin duda, en nuestras instituciones culturales debemos cultivar una lectura en profundidad, que vaya más allá de la capacidad materialista y biológica de leer, tal y como se utiliza en los exámenes literarios, y que suponga un acto humano de descubrir significados, de comprender e interpretar. En última instancia, el valor eterno que encierra leer un libro reside exclusivamente en la capacidad del lector para asimilar palabras, masticarlas y digerirlas. El arte clásico de la lectio divina (o lectura espiritual) entra en nuestras almas en forma de alimento, de nutrientes que se difunden en nuestro sistema digestivo y en nuestro torrente sanguíneo para convertirse, con el tiempo, en amor y sabiduría. Esta capacidad requiere tiempo y esfuerzo, es necesario fomentarla. Cómo leemos es lo que somos.
En soledad, pero no solos
En uno de sus poemas, el poeta vanguardista Wallace Stevens describe a un lector con un libro entre las manos, en una noche de verano, en una casa en completa tranquilidad. En el pasado, este mismo silencio, soledad y actitud contemplativa estaban asociados a la más pura devoción espiritual. Las cosas se vuelven más nítidas, los conceptos más claros y las emociones más fuertes.
La soledad es la capacidad de estar solo, no el estado psicológico de sentirse solo. Como cualidad, está estrechamente vinculada a la creatividad, al descubrimiento personal y a la concienciación sobre nuestras necesidades, sentimientos e impulsos más profundos. Esto es muy diferente de la soledad impuesta, el confinamiento o la privación sensorial. No supone una separación o aislamiento, sino todo lo contrario. De este modo, sentarse en un sofá con Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, puede ser una experiencia capaz de mejorar nuestra vida. Debemos recordar que existen muchos mundos que no recibimos como dones de la naturaleza, sino que creamos en nuestro propio espíritu. El mundo de los libros es uno de los más importantes, como puede verse en el rostro de un niño, al escuchar el fluir de una historia capaz de transportarlo a lugares lejanos e imaginarios. Todo comienza en los brazos de los padres. En cuanto un niño puede sentarse en el regazo de sus seres queridos, asociará la lectura a la comodidad, seguridad y sensación de sentirse amado. Los cuentos son un refugio divino para el desarrollo emocional. Y, durante los últimos años de la vida, esta experiencia se repite en soledad, en un sillón frente a la chimenea.
Al mismo tiempo, el acto social de la lectura ha desaparecido casi por completo. Antiguamente, familias y amigos se reunían para leerse unos a otros. Los libros escaseaban y eran muy caros, de modo que no todo el mundo podía leer. Escuchar a un orador leyendo en voz alta requiere una atención diferente a la que prestamos al leer en solitario. Para leer en voz alta, utilizamos el diafragma, la lengua y los labios, un acto distinto a leer solamente con los ojos. El lenguaje se vuelve parte de tu cuerpo. Nadie entendió mejor esto que Charles Dickens, cuyas historias se comercializaron a través de una serie de económicas ediciones semanales en una publicación denominada Household Words. Hoy en día, no es habitual que profesores y alumnos lean en voz alta en clase. Por otro lado, el auge que han tenido las Casas del Lector en el norte de Europa ha supuesto una renovación en este tipo de lectura social para todo tipo de edades. Una persona que ha crecido entre sonidos rítmicos e historias fascinantes se convertirá en una persona con competencia literaria y, más adelante en su vida, deseará leer en soledad. Hay que fomentar la evolución de la lectura oral a la lectura silenciosa: la primera encierra el arte de la vocalización, la segunda, el de la visualización.
Escritores y lectores
El vínculo entre lector y escritor conlleva unos beneficios para ambas partes sin parangón en otras formas artísticas. Es un medio de intercambio de fecundación intelectual y artística. Las palabras del escritor resultan un catalizador en la mente del lector, inspirándole nuevas asociaciones, reflexiones y percepciones. La existencia de ese lector atento sirve como motivación a los esfuerzos del escritor, armándolo de valor para irrumpir en un territorio desconocido. Tal y como afirmó en una ocasión Ralph Waldo Emerson: «Los escritores saben que al final llegará un lector inteligente que agradecerá su trabajo». Nuestro legado literario sería inconcebible si no existiera esta intimidad entre escritor y lector. La profundización va más allá de la página, se expande a la propia vida, enriqueciendo las respuestas a los estímulos externos a la hora de reaccionar ante todo el espectro de experiencias humanas. Hoy en día, se teme que el progreso de la tecnología engulla la personalización de la lectura.
En 1612, el dramaturgo español Lope de Vega en su obra Fuenteovejuna escribió:
Después que vemos tanto libro impreso,
no hay nadie que de sabio no presuma.
Antes que ignoran más siento por eso,
por no se reducir a breve suma;
porque la confusión, con el exceso,
los intentos resuelve en vana espuma;
y aquel que de leer tiene más uso,
de ver letreros sólo está confuso.
La imprenta supuso un agente de cambio que trajo el riesgo de inundar a los lectores. Hoy nos enfrentamos a una situación en la que, gracias a la tecnología, las palabras han protagonizado una auténtica revolución. Los ordenadores y los smartphones son nuestros fieles compañeros. Internet se ha convertido en nuestro modo de almacenar y procesar textos. Todo esto son formas de crear textos mediante medios tecnológicos, pero la palabra en sí nunca podrá existir con mera tecnología. Las palabras que vemos en una pantalla son muy diferentes de las impresas. Muchos neurólogos temen que las vías cerebrales se estén reconfigurando de un modo poco beneficioso para nosotros, dado que esta carga cognitiva (debido a la cantidad de información que debemos procesar hoy en día) debilita la capacidad para comprender y retener lo que se ha leído. Memorizar es mucho más que un medio de almacenar información. Supone la primera etapa de un proceso que favorece una comprensión más profunda y personal de lo que estamos leyendo. No es un proceso mecánico o inconsciente, sino algo que requiere juicio y creatividad.
Conclusión
Tradicionalmente, la lectura no se ha considerado una actividad creativa. Esto sugiere que es más fácil encontrar experiencias creativas en otros encuentros artísticos que en la lectura. Una de las razones clave de esta idea es que es la escritura, y no la lectura, lo que se considera actividad artística. Cuando hablamos de evaluar la importancia de la lectura, en lo que respecta tanto a la creatividad eminente como a la creatividad cotidiana y su impacto en la vida, es necesario observar el proceso en su conjunto y no limitarnos al resultado. Leer no tiene un resultado físico. A pesar de todo y, aparte de su carácter distintivo frente a otras formas artísticas, existe el consenso de que la ficción evoca la creación de un relato. El lector utiliza sus propias experiencias de lectura, en combinación con experiencias reales de la vida cotidiana, para elaborar juicios personales que ofrecen resultados positivos.
Por tanto, se puede considerar que leer historias de ficción desempeña un papel vital en lo que podemos denominar la «formación personal existencial», que es un elemento esencial en cualquier tipo de innovación. Esto está relacionado con el proceso de crear una realidad interna y única. De este modo, la lectura actúa como el motor necesario para impulsar un pensamiento creativo y divergente.
El autor británico de cuentos para niños, poeta, teólogo y profesor de la Universidad de Oxford, C. S. Lewis (1898-1963), describió el papel de la literatura en los siguientes términos:
«La literatura añade algo a la realidad, no se limita a describirla. Enriquece las competencias que requiere la vida cotidiana y, en este sentido, riega los desiertos en los que se ha convertido nuestra vida».
La literatura no es solo una descripción de la realidad, sino que le añade valores. Ofrece retratos de patrones de pensamiento y normas sociales… Es un alimento para el espíritu y un tónico para la creatividad. La creatividad depende de funciones mentales tanto conscientes como inconscientes. Cuando se integra el arte en los centros escolares, o en nuestras vidas cotidianas, existe una menor necesidad de retirarse o escapar del mundo. La educación emocional no es solo una opción aconsejable, es algo esencial para aprender a actuar de forma equilibrada y hacer un uso eficaz de intelecto.
Como expresó Nietsche en una ocasión:
"El arte es un gran medio para hacer que la vida merezca la pena. Mejora nuestra participación en la vida y proporciona información sobre quiénes somos, quiénes queremos ser, quiénes aspiramos a ser y nos permite llegar a ser lo que somos".
David L. Brierly
Fundador del Rudolf Steiner University College de Noruega y profesor del proyecto internacional: Arts and the Creativity of the Mind: methods for our time.