Lugares que educan, Pablo Campos Calvo-Sotelo

jun 8, 2018
Pablo Campos Calvo-Sotelo

La Educación es un valor consustancial a la condición humana, que ha de ser integrado en su estructura vivencial con grandes dosis de responsabilidad, pues de ella depende, a la postre, el progreso social.

Partiendo de semejante rasgo esencial, el hecho formativo debe ser asumido, proyectado y puesto en práctica conforme a una tríada de valores esenciales, sin cuyo concurso podrá hablarse de instrucción, pero no de verdadera formación humana.

Educación y empatía

En primera instancia, se trata de un hecho llamado a construir valores éticos, concentrándose en la génesis de un profundo sentimiento de responsabilidad social. De esta forma, no se limitará a la mera transmisión de contenidos objetivos o al adiestramiento en capacidades y destrezas. En coherencia con ello, la misión de todo docente comprometido ha de canalizarse en clave afectiva, de modo que compagine el rigor académico con la empatía y la cercanía afectiva al alumno. El desaparecido profesor José Luis Sampedro identificaba como claves para la Educación el amor y la provocación al alumno… No cabe entender hoy a un buen maestro sin que sea exigible que ejerza su labor mediante unos mínimos parámetros de dicha empatía. La innovación docente sitúa al alumno como centro de gravedad del proceso formativo, pero ello no implica en absoluto menoscabar el papel a desempeñar por el profesor. Muy al contrario, ha de aplicarse en el compromiso para con los estudiantes; si bien las metodologías serán necesariamente alternativas a las tradicionales, y precisamente por ese traslado del eje formativo a estos últimos, el docente debe procurar acercarse a la comprensión de la persona que recibirá su orientación, siendo para ello imprescindible un sentimiento de cercanía.

Educación y colectividad

En segundo término, la educación es un hecho colectivo. Ello se justifica porque incrementa su intensidad y diversidad cuando se realiza de forma interactiva e interdisciplinar. En grupo, los seres humanos aprenden más y mejor. Las aportaciones llegadas desde la neurociencia convienen en afirmar que el cerebro refuerza sus capacidades cognitivas cuando se produce una interacción entre personas; sucede en tal circunstancia que se liberan moléculas neuromoduladoras, como la oxitocina o las endorfinas, que actúan favoreciendo la consolidación de la memoria. Otros estudios, provenientes desde la esfera de la resonancia magnética cerebral, demuestran que la cooperación estimula el sistema de motivación y gratificación de la dopamina, promoviendo un mayor altruismo.  El componente positivo derivado de la colectividad atesora otro matiz de importancia: puesto que la formación integral del ser humano es un proceso vital en el que intervienen innumerables actores, se trata de formar a un futuro ciudadano, ético y socialmente responsable; y en tal misión, podrá recibir enseñanzas y ejemplos de cuantas personas se hagan presentes a lo largo de su existencia. Hacen falta muchas almas para formar un alma nueva, podría decirse…. Así pues, es el colectivo quien moldea la personalidad del individuo, tanto mediante enseñanzas regladas (escolar y universitaria), como a través de las relaciones en ámbitos de carácter más informal. Finalmente, cabe anotar que, como proyección macroescalar de esta faceta colectiva, la ciudad (sede de la sociedad) se convierte en un escenario trascendental para el enriquecimiento de la formación humana. La ciudad es el lugar físico, pero también el símbolo tangible e histórico del aprendizaje en colectividad.

Educación y Arquitectura

La tercera cualidad que define al hecho educativo es la espacial. Si se acepta que la transmisión de valores exige un contacto humano, presencial y directo, se colige que el lugar físico constituye un entorno irreemplazable. Y, en consecuencia argumental, la Arquitectura emerge en el centro de la escena educativa. Los espacios construidos aportan un marco real, como contenedores de las relaciones interpersonales, puesto que son éstas los cimientos sobre los que se levanta todo proceso educativo sólido. El roce humano es esencial para la formación integral, en efecto. Por ello, y de acuerdo con las crecientes tendencias actuales, es de extrema importancia advertir que la incorporación de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC´s) ha de hacerse bajo unos criterios estudiados en profundidad. Si éstas se implantan como herramienta subordinada al modelo pedagógico, pueden ser de gran utilidad, pues contribuirán a activar espacios formativos anteriormente inertes, impulsando modalidades innovadoras de Enseñanza/Aprendizaje. Es necesario, en paralelo, advertir que el abuso de las TIC´s puede amenazar la dimensión humanista del hecho formativo, en si pretendiesen reemplazar el insoslayable contacto humano directo.

Por ello, los avances tecnológicos han de coordinarse con la dimensión física, que aportan los espacios construidos. En referencia a estos últimos, debe afirmarse que la contribución de la Arquitectura a la Educación no puede quedarse en esa función cuantitativa. Ha de entrar en escena dotada de tres virtudes a las que no debería nunca renunciarse.

Espacio y alma

La primera de las virtudes enunciadas remite, en último término, al alma. Cierto es que, en una lectura apriorística, el espacio se circunscribe a superficies construidas, definidas para cumplir un programa funcional previamente establecido. Pero en sí mismo carece de vitalidad. Ésta es aportada por la presencia del ser humano. Interactuando con el entorno arquitectónico, los actores de los procesos de enseñanza/aprendizaje impregnan de emociones los ámbitos edificados. Es el ser humano quien, con su existencia, da sentido global al espacio. Por ello, las tendencias recientes en materia de relación entre Educación y Arquitectura se afanan en diferenciar el concepto de “espacio” (entendido bajo una dimensión estrictamente formal), y el “lugar” (incorporando el alma humana como ingrediente insoslayable). Un lugar es un espacio impregnado del factor humano; un espacio cargado de espíritu.

 

Espacio y bienestar

La segunda faceta que la Arquitectura puede presentar en los ambientes de aprendizaje está relacionada con la percepción psicológica. Un buen urbanismo y una buena Arquitectura atesoran un incuestionable potencial como realidades capaces de generar atmósferas que estimulen el bienestar. El ser humano experimenta el espacio a través de los sentidos -básicamente el de la vista- al que acompañan los demás, aunque de modo singular el oído y el tacto (tanto el producido a través de las manos, como el derivado de la experiencia muscular del caminar). Sin embargo, la percepción sensorial no deja de ser un acto pasivo para recibir imágenes, impresiones o sensaciones externas. Lo que interesa al impacto que el entorno produce en la persona es el proceso mental y anímico que se genera cuando dichos elementos externos interactúan con el cerebro. La mente, predispuesta a la intuición, procede a interpretar los datos objetivos, para completar respuestas propias de la percepción psicológica. Y ello influye en las sensaciones personales que genera la vivencia de los espacios físicos, con lo que surge el referido bienestar que motiva al alumno hacia el goce por su actividad formativa.

Espacio y didáctica

Como tercer aspecto mediante el cual la Arquitectura trasciende a suministrar una mera dimensión física, es de gran relevancia anotar el rol que -intencionadamente ideada- puede desempeñar de cara al hecho educativo. Dicho rol remite a su faceta artística. Como una de las siete artes, el corpus arquitectónico puede aportar un valor didáctico per se, apropiándose de la misión humanista que toda obra de Arte está llamada a ejercer sobre la condición humana. Así entendido, al espacio físico se convierte en un actor más del hecho educativo, una realidad didáctica que, más allá de ser un mero contexto, se convierte en un tema en sí mismo. Como se ha defendido y ejercido históricamente en distintas escuelas y estilos artísticos, la Arquitectura canaliza otras formas de expresión artística y cultural. En ese sentido, y siempre con el propósito de enriquecer la estimulación del alumno para con el aprendizaje, la dimensión urbanístico-arquitectónica puede actuar como soporte de otras manifestaciones. Tal sería el caso de determinadas artes plásticas, como la escultura y la pintura, que pueden hacerse presentes en los escenarios educativos. Y cabría añadir a lo anterior la naturaleza. Yendo más allá de su rol como constructora de paisajes pasivos de interés estético, es capaz de transmitir los valores que son inherentes a su dimensión cultural.

Sobre el futuro de la Educación: hacia la disolución de los límites

La Educación se nutre de los contenidos curriculares que, durante siglos de existencia humana en el Saber, se han ido traspasando entre generaciones. Como también se han transmitido los valores humanos que, en cada geografía y tiempo, han constituido el legado espiritual. Sobre los primeros, cabe anotar que están sujetos en el momento presente a una tendencia general llamada a impregnar su futuro: la disolución de los límites.

En cuanto al límite curricular, la evolución del Saber será, como antaño, fruto de la actividad investigadora. La continuidad y optimización de los contenidos que conforman todo corpus de aprendizaje exige prestar singular atención a la génesis de nuevos saberes, esto es, disolviendo los límites del conocimiento, en sentido progresista. Investigar se erige así en dinámica que vela por el progreso de la condición humana. No cabe entender un mañana para la Educación sin el concurso de la investigación. La segunda disolución del límite se refiere al físico. El cambio de paradigma supone una mutación desde los pretéritos formatos pedagógicos de alta rigidez espacio-temporal hacia soluciones más abiertas, flexibles y versátiles. El alumno está convocado a aprender fuera de los ámbitos y los periodos convencionales; en otras palabras, se disuelve el límite del aula, para que el aprendizaje impregne lugares alternativos: pasillos, distribuidores, espacios al aire libre y -en como última escala- la ciudad, entendida como extraordinario recurso formativo.

La disolución de los vetustos límites cercenantes abre las dinámicas educativas hacia un horizonte cargado de creatividad. Si se suma todo ello a la consideración de los principios expuestos anteriormente (empatía, colectividad y lugar arquitectónico), se estará construyendo un entorno físico y humano adecuado para la formación integral de la persona.

 

Pablo Campos Calvo-Sotelo
Diseñador de campus
Académico - Real Academia de Doctores de España
Catedrático USPCEU

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