Sé creador en tu vida
Cuando era pequeña, mi abuelo solía llevarme de excursión al campo para recorrer las praderas y los bosques cercanos a mi casa. Como todos mis demás abuelos habían fallecido antes de que yo naciera, este era el único abuelo al que conocí. A principios de la década de 1960, cuando yo tenía cuatro años, mi abuelo tenía ya más de setenta. Nació en 1890 y sufrió en sus carnes una durísima infancia, teniendo que servir en la I Guerra Mundial y siendo testigo de la caída del Imperio Austríaco. Todo esto le llevó a perder la mayoría de los valores en los que había creído. Era una persona increíblemente severa y estricta, que rara vez gastaba una broma, y que incluso entonces, a sus setenta y tantos años, seguía imponiéndose en la toma de decisiones de toda la familia. Sin embargo, a su manera, fue un abuelo comprensivo capaz de enseñarme las plantas del jardín, los animales de los bosques y de los campos y cómo tallar la madera con un cuchillo. Como me comportaba prácticamente como un niño, incluso me perdonó el hecho de solo ser niña.
Un día, durante uno de nuestros paseos, llegamos hasta un solitario álamo muy de fábula. Justo a los pies del árbol yacía el cadáver de un precioso pájaro carpintero moteado. Cuando vi el pájaro muerto me quedé paralizada y no lograba entender qué había pasado. Ese bello animal que yo misma observaba y cuyos repiqueteos escuchaba hacía tan sólo unos días, yacía en silencio sobre la tierra. Su cuerpito estaba rígido, y tenía las delgadas patas tiesas, apuntando al aire, aún le brillaban los ojos, pero toda su vida se había desvanecido. Una ligera brisa movía sus coloridas plumas verdes, azules, amarillas y rojas, que dibujaban un espectáculo maravilloso en su día, y ahora, de golpe, representaban una escena absurda y errónea sobre el suelo desnudo. Sentí un profundo dolor en mi interior, y hasta mucho tiempo después no pude reconocer que ese tipo de sentimiento se llamaba tristeza. Miré hacia lo alto del árbol, al lugar que ocupaba el pájaro carpintero según mi concepto del mundo; seguí alzando la vista más y más arriba hasta la copa, donde el árbol parecía tocar un cielo azul inmaculado, y entonces me di cuenta de que ese pájaro ya no se posaría en el árbol ni emitiría esos singulares ruidos, ni volaría por el cielo nunca más. Pasado un rato me volví hacia mi abuelo y le pregunté qué había pasado, esperando que me diera una respuesta. “Nada, ?"dijo con una voz bastante normal e impasible?" nada, simplemente se ha muerto. A todo ser vivo le llega la hora de morir”. Esta explicación me dolió aún más. ¿Por qué esa bella criatura, que parecía tan perfecta, quedaba repentinamente entumecida y rígida y, obviamente, no volvería a comer, a volar ni a cantar nunca más? ¿Sólo porque había llegado un determinado momento? Me sentí inmensamente confundida y asustada. ¿Le pasaría esto también a mi abuelo, a mis padres, a mi conejillo de indias o incluso a mi hermanito pequeño y también a mí? Era la primera vez que me enfrentaba a la muerte y supe también que había abordado una cuestión fundamental que no lograba comprender. Más tarde, cuando volví a casa, me puse a pintar. Estuve días y días dibujando pájaros carpinteros, docenas de ellos, volando, posados en los árboles, emitiendo sus cantos… y también tirados en el suelo bajo un árbol. Colgué en las paredes de mi habitación muchos de estos dibujos. Al enseñarles a mis padres los dibujos, me inventé diferentes historias sobre los pájaros carpinteros, sobre su vida y también sobre su muerte. Esto finalmente me ayudó a entender y a superar mi confusión y mi tristeza.
La creatividad es un proceso que nos permite conectarnos con nuestro propio interior. Contribuye a construir la identidad de uno mismo y a encontrar el lugar que uno ocupa en el mundo, ayudándonos muchas veces a hallar respuestas personales a interrogantes que nos plantea la vida. Se trata de un proceso muy personal por el que nuestra propia alma se va esbozando hasta llegar a ser nosotros mismos los creadores de nuestra propia vida.
Martina Leibovici