Tecnoemocionados

El CEIP La Pedrera (Yecla, Murcia) ha conjugado educación emocional y robótica, consiguiendo un proyecto innovador y transversal.
tecnoemocionados
tecnoemocionados
ene 23, 2019
Pablo Calzado

Una apuesta por el desarrollo de la creatividad y la gestión del fracaso como espacio de aprendizaje

“No debemos tener miedo a equivocarnos, hasta los planetas chocan y del caos nacen las estrellas.”
Charles Chaplin

 

Tecnoemocionados es un proyecto que se desarrolla en el CEIP La Pedrera (Yecla, Murcia) desde el curso 2016/2017, tiene como objetivo conjugar la gestión de las emociones y  la robótica.

Se trata de abrir un espacio de juego en el que los niños/as puedan experimentar cómo gestionar el fracaso y el error cuando se enfrentan a la tarea desconocida e incierta de programar un robot, haciendo posible que esa gestión sea una oportunidad para el aprendizaje.

No se puede comprender el proyecto si no se entiende el colegio. La Pedrera nació hace 27 años con un claro componente innovador, el proyecto educativo ya en aquel momento determinó que la educación por la que se apostaba partía de la consideración del niño como protagonista de su aprendizaje, creando y construyendo las herramientas que posibilitaran la construcción significativa de los mismos. Se utilizó el huerto escolar, la imprenta, la revista, el “cálculo vivo”, las asambleas periódicas de delegados, todas ellas estrategias y técnicas de Freinet y cualquier posibilidad de acercar y contextualizar el aprendizaje a la vida real del alumnado. 

El espacio que ocupa hoy el colegio era una antigua zona de la que se extraía piedra para construir casas hasta que llegó a convertirse en una escombrera, una zona sucia de la ciudad, situada en el casco antiguo y con una población de nivel socioeconómico y cultural bajo.

Por ello el colegio nació con un claro componente compensador de desigualdad social, adoptándose medidas tales como la opción por el material en común,  que   posibilitaba el acceso de todos los alumnos/as al material escolar, educando en el respeto al mismo y en la solidaridad entre el alumnado, se optó por adquirir todas aquellas herramientas (ordenadores en aquel momento, el propio acceso a internet después) que nuestro alumnado no podía tener en casa por su carestía, es decir, la compensación de todos aquellos recursos por los que caminaba la sociedad y que ellos no podían utilizar por falta de medios, cuando las familias de otros colegios accedían sin dificultades. No podíamos permitir que nuestro alumnado  quedara excluido ya desde la escuela primaria.

 

 

La participación de las familias fue un aspecto fundamental en la construcción del colegio, tomaron decisiones sobre los aspectos principales del mismo, teniendo un espacio importante para la colaboración desde las comisiones mixtas de trabajo.

Hago esta pequeña introducción para explicar que el colegio, desde sus primeros momentos impulsó  un clima de participación, de compensación, de compromiso y de innovación donde cada idea, cada iniciativa, cada posibilidad de reflexionar sobre nuestra experiencia y avanzar, a veces desde el error, ponían y ponen de manifiesto que en las raíces de este colegio, a pesar de las ausencias de los compañeros/as que ya no están, sigue estando el clima de la innovación, de la investigación consciente y fundamentada, asumiendo riesgos y saliendo de nuestra zona de confort.

Hace unos años descubrimos la importancia que para la educación tenían las emociones, identificarlas y gestionarlas. Comenzamos el camino en la Fundación Botín dentro del Programa de Educación Responsable, en el que ya estamos graduados.

El orientador de nuestro centro, Francisco Campillo, nos sugirió la idea de que sería interesante unir dos mundos, aparentemente desligados el uno del otro, las emociones y los robots en el proyecto Tecnoemocionados.

Al principio nos costó asimilar la propuesta, no teníamos conocimientos de robótica ni comprendíamos la relación de ambas, nos asustó introducirnos en un mundo desconocido, incierto y que evidentemente no dominábamos, pero después la vimos con otros ojos.

También porque siguiendo las conferencias de la Fundación Botín (Sembrando futuro o La educación que queremos) y particularmente a Ignacio Martín Maruri sobre la creatividad y la gestión del fracaso, comprendimos que a este proyecto se le podía sacar mucho provecho porque tenía un componente de valor social que nos movía a, cuanto menos, intentarlo. Fue todo un desafío.

Nos pusimos a trabajar, es cierto que el clima del centro promueve estas experiencias (equipo directivo, profesorado y padres) y sabíamos que íbamos a empezar un proyecto que teníamos que construir nosotros mismos aprendiendo de nuestros errores desde el momento uno.

Nos formamos antes de empezar con las niñas/os, aunque sólo les llevábamos unas sesiones de adelanto. Se familiarizaron con el lenguaje de programación (Scratch 2.0), adquirimos varios robots por medio de una subvención aportada por la Fundación La Caixa y comenzó la aventura.

La expectación y la motivación del alumnado la teníamos ganada ya de antemano. Trabajar con los robots es un reto apasionante para la mayoría de ellos porque se sale de lo habitual. Pero el objetivo no era que los  niños aprendieran a programar solamente. El objetivo que nos planteábamos era más ambicioso. El alumnado tenía que resolver las hipótesis de trabajo o los nuevos retos desde el grupo, no individualmente, y esta es una labor compleja.

Había niños que tenían miedo a enfrentarse a la programación del robot, era una tarea desconocida y no sabían cómo lo tenían que hacer, cuáles eran las respuestas correctas que tenían que dar, temían fracasar y defraudarnos o frustrarse ellos mismos. Nosotros, los maestros/as, los dejamos experimentar, equivocarse y aprender del error, porque había que respetar ese momento dentro del aprendizaje, porque no se les exigía más allá de eso en aquel momento. Creamos ese clima de seguridad necesario para permitir la experimentación.

 

 

Sin embargo, cuando después de varios intentos, ya pensaban que lo habían conseguido, que habían llegado a programar y el robot, o no se movía, o no obedecía las órdenes, el nivel de frustración de los alumnos/as era mayúsculo y desconsolador. Tocaba volver a revisar y ajustar las órdenes. Cuando finalmente lo conseguían, explotaban en una risa alegre y desbordante, que a nosotros mismos nos sorprendía. 

Identificar esas emociones y gestionarlas cuando sales de tu zona de confianza, es difícil, pero ojalá muchos de nosotros hubiéramos tenido la oportunidad de haber aprendido de una experiencia de este tipo y no  de los juicios de valor que nos encasillaban  en una determinada categoría de inteligencia de la que no nos podíamos salir, bien por si al equivocarnos destrozábamos las expectativas de quienes confiaban en nosotros, o bien porque nos sentíamos profundamente inseguros a la hora de salir de nuestro terreno conocido.

En esta experiencia luchamos contra esos juicios de valor. Todos somos capaces de llegar a programar utilizando distintas vías para llegar a la misma solución. Y ahí está también la creatividad.

Otro problema surgía con los “líderes” a los que después abandonaba el grupo. Experiencia de humildad muy interesante. Aquel alumno al que se le da bien y tiene en todo momento el control del robot, no deja a los demás tocarlo, y si lo tocan es bajo sus órdenes, porque “él sabe” y los demás no. Además, si en algún momento ese líder ha permitido la participación y después fracasan en los intentos que realizan, aparecen esas temidas frases: “Te lo dije, pero no me has hecho caso”, luego aquí el único que sabe soy yo y los demás no tenéis ni idea.

Cuando el grupo se rebela y le dice: “Todo el robot para ti porque para eso eres el más listo”. Entonces se genera una serie de emociones difíciles de gestionar. Por un lado, el falso líder, al que aun sabiéndolo todo, no lo siguen y lo rechazan porque no les ha dejado participar, sabiendo que el objetivo era de grupo, porque no ha valorado a los integrantes del mismo con los valores que cada uno de ellos pudiera aportar. El resto del grupo siente que no son capaces de resolver la tarea propuesta, que no “valen”, que no son buenos para la robótica, porque se les ha estigmatizado y se ha personalizado en ellos ese fracaso. 

Es una frustración en toda regla. Y al mismo tiempo un espacio para el aprendizaje.

Ser líder supone facilitar la participación de todos los miembros del grupo, porque cualquier aportación puede ser válida y genera un clima de confianza, no de destrucción. Eso, el falso líder, lo aprendió, aunque costó.

El resto del grupo asumió que aunque se equivocaran, su participación era muy importante y que debían ser empáticos con cualquier compañero/a, adoptara el rol que adoptara en el grupo. 

Hubo programación, pero hubo dinámicas de grupo para que reflexionaran sobre su experiencia emocional y  aprendieran de ella, construyendo nuevos procesos y nuevos resultados.

 

 

Este programa hace posible la creatividad a la hora de montar las diferentes piezas del robot, a la hora de construir circuitos sobre los que el robot debe circular de la forma que ellos les digan, entre otras opciones.

Permite, además, el desarrollo del pensamiento y del lenguaje de programación, con lo que ello supone en el desarrollo de competencias propias del lenguaje, las matemáticas, la ciencia y la tecnología y la digital.

Es un proyecto en el que aplican conocimientos adquiridos y donde exploran lo desconocido, donde el desarrollo del pensamiento creativo se manifiesta en un clima de relativa exigencia y de mucha experimentación y error.

Supone un planteamiento en el que las emociones, su identificación y la gestión de las mismas puede marcar un antes y un después en la experiencia de vida y de aprendizaje de nuestros alumnos/as.

Nuestro papel como maestros se alterna entre la formación de los conocimientos, sin los cuales no pueden manejar un robot y la orientación para que resuelvan los problemas emocionales y técnicos cuando estos surgen.

Pero ante todo nos mueve la decisión de que nuestro alumnado aprenda estrategias que les permitan buscar soluciones nuevas, dinámicas, diferentes en un mundo cambiante, en el que las soluciones establecidas no duran mucho tiempo y en el que la gestión de las emociones y los procesos cobran una  gran relevancia.

Hasta este momento el programa se ha desarrollado en la asignatura de Conocimiento Aplicado en 6º de Primaria. Durante el curso 2018/2019 comenzaremos también en 5º, ampliando y profundizando en el mismo.

En este carrusel de emociones hemos aprendido mucho como docentes, en tantos casos desde los errores cometidos.

 

Encarna Moreno Romero

CEIP  La Pedrera (Yecla, Murcia)

Suscríbete a la Newsletter de Educación de la Fundación Botín